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María Mónica Gutiérrez, el canto de las montañas bogotanas

Una singular voz que atrapa de inmediato al escucha —y que se nutre del canto tradicional colombiano así como de estilos contemporáneos—, hace de María Mónica Gutiérrez una de las artistas sobresalientes del circuito de música creativa de su ciudad.

Foto: Mario Acevedo

Por Oscar Adad

María era tan solo una niña cuando se enamoró de la expresividad de la voz humana. Tenía doce años cuando sus padres la inscribieron en un coro en el que se cantaban villancicos y composiciones con arreglos para niños. Para ella era impactante el tsunami que se formaba entre el canto colectivo y la reverberación de las iglesias donde se presentaban. “Me sentía parte de algo grande, poderoso”, recuerda.

Su voz de inmediato llama la atención. El sonido que nace de sus cuerdas vocales abraza al oído por su dulzura natural, cuasi infantil, pero también porque puede llevarnos hacia la profundidad del canto tradicional colombiano o a la estridencia del rock anglosajón. Ella es María Mónica Gutiérrez, joven cantante y compositora bogotana quien ya es parte vital del circuito de música creativa de su ciudad.

“Nunca me ha gustado hablar de géneros porque no siento que quepa realmente dentro de alguno —apunta—. Eso al principio me parecía problemático, ya no. Ahora, por el contrario, me parece muy liberador no sentirme encasillada dentro de un estilo en particular. Más bien me considero creadora de melodías, cantos, canciones y proyectos”.

María cuenta que siempre le han interesado todo tipo de música y cantantes. Desde niña era muy aficionada al rock pesado, al metal, así como a Charly García y Luis Alberto Spinetta. “Un cantante que uno ama u odia, aparentemente. Yo lo amo”, afirma. “Luego entré a estudiar jazz y a escuchar un montón de cosas nuevas que nunca había escuchado”.

Sin embargo, el jazz no fue algo en lo que estuviera interesada en estudiar en un principio. Ella quería cantar rock, pero la universidad solo ofrecía las carreras de canto clásico y jazz. Finalmente, y al no imaginar su futuro como cantante de ópera, se decidió por la carrera de jazz, género que desconocía. “Entré casi sin saber quién era Nina Simone —ríe—, pero preparé muy bien mi examen, aunque lo único que conocía de jazz eran las 4 canciones que canté. O sea, si me hubieran dicho que nombrara cualquier otro tema, no hubiera sabido”.

Pero fue a partir de la universidad que su carrera tomó vuelo. En su primer semestre como alumna, sus profesores la invitaron a formar Suricato, grupo referente en el jazz y en las llamadas Nuevas músicas colombianas, y con el que María, desde el 2011, ha grabado 4 discos de música original. Luego surgió Ságan, dueto de música electrónica con el que cumplió uno de sus más grandes anhelos: presentarse en las legendarias sesiones para la KEXP, en Seattle. Cuenta también con destacadas participaciones con los bogotanos Niño Pueblo y El Último Boabdil, tesoros escondidos del circuito de su ciudad.

Actualmente trabaja en Montañera, su proyecto solista con el que ha editado dos álbumes: Encarnación (2017) y Salvadora (2020, producido por DJ PHO), además de su más reciente colaboración con Kadialy Kouyate, reconocido interprete de kora, con quien María lleva su voz a explorar por primera vez la música de Senegal.

—¿Qué representa para ti este momento en particular con Montañera?

Cuando decidí hacer Montañera estaba esperando a que alguna de las bandas parara o algo así para empezar a hacer mi proyecto, pero me di cuenta que eso no iba a suceder y que tampoco era lo que quería que pasara. Entonces ahí dije que era el momento de hacer mis canciones. Aunque en Suricato y Ságan también compongo, nunca había sacado un disco de puras canciones mías, entonces, Montañera representa esa ilusión que siempre había tenido desde niña de hacer mi propia música.

—¿Qué significó para ti entrar tan joven al circuito profesional invitada por tus maestros, quienes, al mismo tiempo, son parte muy importante del circuito bogotano del jazz y la música alternativa?

Fue una oportunidad que me hizo aprender casi tanto, o más, que la misma experiencia de estar en la academia. En mi primer semestre empezó Suricato y fue como si yo hubiera hecho dos carreras paralelas. Por un lado, estaba teniendo la experiencia con ellos de estar tocando, de estar haciendo conciertos por fuera, de grabar discos, de estar creando juntos y, por el otro lado, estaba teniendo el fundamento teórico en la universidad. Además, hay algo curioso, porque cuando ellos me invitaron a formar la banda yo no sabía que tenían una trayectoria como músicos tan importante. Acababa de graduarme del colegio y no sabía nada de la escena local, y del jazz colombiano mucho menos. No sabía quiénes eran estos personajes hasta que después me di cuenta de que, además de ser mis profesores, eran figuras reconocidas y con una trayectoria importante en la escena del jazz en Bogotá, y eso para mí fue increíble.

—Algo que llama la atención de tu trabajos son los diferentes conceptos vocales y los alcances de tu voz. ¿Cómo fue el proceso de descubrimiento de tu voz?

La descubrí trabajando con otros músicos. Con Suricato, que fue mi primera experiencia creando canciones con otras personas, su mundo sonoro e ideas musicales me inspiraban a cantar de una manera particular que no me había dado cuenta que tenía, y que yo creo que no se hubiera dado si no hubiera estado en ese proceso colectivo de creación. Es lo que es muy chévere de crear con otras personas. Eso mismo me pasó después con Ságan. Siento que tocar con otras personas me hacía encontrar nuevos caminos en mi voz que si simplemente me hubiera dedicado sola a hacer lo mío, que es lo que hoy en día estoy haciendo, pero ya hay un recorrido detrás que me ha mostrado una paleta y un espectro de sonoridades que tengo más asentados en mi práctica vocal.

—En ese sentido, ¿En dónde se encuentra tu voz en Montañera?

En mi último disco es como una consolidación tímbrica. Es decir, de tanto explorar, cantar de maneras distintas, géneros distintos, mi voz cogió un tono especifico que ya no es literalmente haciendo cantos. Lo que pasa en el primer disco de Montañera con canciones como “No existe la perfección” que literalmente tiene un color de cantadora, digamos, tradicional; o en Ságan, que tiene un color muy sutil, muy airoso y muy delicado, en el nuevo disco es el revuelto de todo eso y de ahí surgió un tono, un timbre. Pero siento que eso es algo que ocurrió, no lo pensé para el disco. Siento que las canciones no tienen un timbre tan llevado hacia un lugar o hacia el otro, sino que más bien es un timbre general, homogéneo en todas las canciones, pero que sí nace de esa mescolanza que ha habido durante todos estos años, de todos los caminos que he recorrido con la voz.

—Tu trabajo también se distingue por el acercamiento a las músicas tradicionales de Colombia. ¿A qué dificultades te enfrentaste al abordar músicas que provienen de las tradiciones orales y no de la academia?

Cuando me acerqué a ellas me di cuenta de que, por ejemplo, de entrada, las melodías suenan muy distinto a las melodías que yo tenía en mi cabeza, como el rock o el pop, o lo que uno escucha en la radio, o lo que está ahí al alcance de uno. Estas melodías tradicionales suenan distinto, se cantan distinto. Al principio fue un reto más técnico porque yo estaba más acostumbrada a educar la voz, limpiarla y pulirla. Y cantando estas músicas tradicionales era todo lo contrario, era como: ¿y ahora cómo voy a cantar así desafinado si toda la vida me han dicho que afine? Ese fue el primer reto.

Pero, hoy en día, también me hago otras preguntas que tienen que ver más con la situación ética o moral de acercarse a esas músicas y el por qué quiero cantarlas: por qué quiero cantar esas letras, por qué quiero cantar como una cantadora cuando yo no soy una cantadora, por qué quiero sonar como una cantante negra si soy una cantante blanca, por qué quiero cantar como una cantante de la costa si yo soy de Bogotá. Entonces han empezado a surgir también esas preguntas que son de otra índole y que están ahí rondándome la cabeza. Creo que ya lo técnico no me parece tan problemático, no porque ya las pueda cantar estilísticamente correcto, sino porque estas otras preguntas me inquietan más.

—Y que son preguntas que aportan conflicto a la música, le dan vida…

Totalmente. Y también se da uno cuenta que la música no respeta fronteras. El hecho de que en mi disco, digamos, yo siendo una cantante absolutamente rola, nacida en Bogotá, tenga influencia de otros lugares, es porque la música está ahí, es de todos en última. La música no es estática, va viajando. Pero la pregunta es: por qué, por qué estoy en eso.

—Finalmente, María, “Montañera”, además de apelar a la belleza de las montañas, tiene también un significado negativo en el diccionario colombiano. ¿A qué responde esa elección para tu proyecto?

La cuestión es que en Colombia, y sobre todo entre los paisas, hay una connotación peyorativa cuando uno llama así a una persona, y es el tema de que es una persona de pueblo, una persona que seguramente no ha tenido una buena educación. Si le digo a alguien: ‘mucho montañero’, es ‘mucho maleducado’. Entonces quise ponerme el nombre un poco por eso, porque ahora todos nos creemos hijos de españoles, de la ciudad y bien vestidos. O sea, todos somos montañeros, ¿a quién estamos queriendo engañar? Y también tiene que ver con el hecho de ser bogotana, que muchas veces me pregunto qué es ser bogotano, y en esa pregunta pensé: yo soy bogotana, Bogotá está absolutamente rodeada de montañas, está en una montaña, entonces, ser bogotano, es ser montañero también.

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