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El folclore 2.0 de Sofía Rei

La reconocida compositora argentina publica Umbral, su nuevo disco. Producido por JC Maillard, su original propuesta toma nuevos bríos y se enriquece con la cultura de la música electrónica.

Foto: Shervin Lainez

Por Oscar Adad

Fue durante el Festival Distritofónico 2014, que, mientras caminábamos por las calles de Bogotá, le pregunté a Sofía Rei cómo se vivía en Nueva York siendo música.

—De la mierda— me dijo sin dudarlo.

No hice más preguntas.

Sin embargo, detrás de esa respuesta estaba la semilla que daría forma a Umbral, su nuevo disco, editado en junio de 2021.

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Sofía Rei es un referente de la música independiente latinoamericana actual. Su original propuesta que dialoga con la precisión de la música clásica, la libertad del jazz y la profundidad del folclore de América Latina, le ha permitido ganarse, poco a poco, un lugar en el circuito estadounidense, el más grande y competido del mundo.

Para su nueva entrega, Umbral (Cascabelera Records, 2021), Sofía ha dado un paso clave en su carrera al adentrarse en los terrenos de la música electrónica, apoyada en JC Maillard en la producción y con quien colabora desde hace más de diez años. Un álbum que representa para ella una transición a otro tipo de búsqueda con herramientas electrónicas. “Es un disco que llevó mucha maduración estética y musical” relata desde su casa en Nueva York.

Umbral germinó sus primeros temas en 2016 durante un viaje que realizó Sofía a Valle de Elqui, en Chile, en un momento en el que se cuestionaba su permanencia y su condición de migrante en los Estados Unidos. Sin embargo, y aunque fue en ese año que nacieron los primeros temas del disco, su proceso se vio atravesado por la grabación de dos álbumes más: El Gavilán (Cascabelera Records, 2017), disco homenaje por el centenario de la cantautora chilena Violeta Parra, grabado junto con el guitarrista Marc Ribot; y Keter: John Zorn Masada Book 3 (Tzadik, 2019), junto a JC Maillard. Fue así, que hasta 2021, Umbral fue publicado.

“Este proyecto iba a ser un disco solista solista —relata—. Empecé a llevarlo por el mundo, pero se sintió justamente muy solitario no tener otra gente en el escenario con la que interactuar. Entonces, empecé a probar cosas distintas y ninguna me terminaba de cerrar. Desde hace muchos años existen algunas de las canciones, pero el formato final lo terminamos en la pandemia”, cuenta.

—Recuerdo claramente que en Bogotá me dijiste que se vivía muy mal en Nueva York siendo música. Me llama la atención que esa respuesta, de una u otra forma, era el inicio de Umbral

(Risas) Es que la calidad de vida acá no es buena. Para tener una buena calidad de vida requieres de un tipo de estatus socioeconómico que para un músico es bastante inasequible. Nueva York es una ciudad fascinante, pero también es muy difícil, muy dura. Y era plantearme muchas cosas que tenían que ver con haber llegado a un momento en el que necesitaba un cambio de todo tipo, tal vez geográfico o personal, pero necesitaba algo diferente. Y creo que estaba tratando de encontrar esa otra veta.

Y este disco es una transición a otro tipo de búsqueda que tiene más que ver con lo sonoro, con darle un tratamiento sónico y explorar otro tipo de sonidos y posibilidades con herramientas electrónicas. También meterme a hacer una producción electro folk, digamos, porque es electrónica, pero también obviamente se mezclan muchos elementos. Hay instrumentos que se grabaron acústicos, otros que se inventaron para el proyecto, hay un poco de rastros de toda mi carrera musical.

—En tus discos anteriores te habías hecho cargo de la producción y dirección, además de que prevalecía un sonido más acústico. ¿Qué implicó para ti entrar a la música electrónica y delegar el papel de productor a JC Maillard?

Me dio mucho miedo porque normalmente soy bastante controladora. Siempre fui directora musical de mi proyecto y, aunque tuve codirectores como Jorge Roeder, el disco de Violeta Parra lo hice yo sola. Estoy muy acostumbrada a tomar las decisiones. En mi carrera musical una de las cosas que para mí son de mucho valor, como músico y como mujer, es tener las herramientas para poder traducir lo que estoy escuchando y plasmarlo en la música. Pero en este caso me pasaba que no tenía esas herramientas, no las tengo todavía, las quiero tener y las tendré en unos años porque sí me interesa recorrer más ese camino, pero necesitaba mucho más confiar y probar con alguien como JC porque es maravilloso. Él me conoce muy bien y tiene una cabeza musical muy parecida en el sentido de que ha hecho música clásica, jazz, música del norte de África, pop, electrónica, flamenco, funk, rock, de todo. JC y yo nos entendemos muy bien y hacemos un super buen equipo de trabajo.

Pero Umbral fue una experiencia muy distinta porque no era un disco de ir al estudio, grabar con los músicos y reorganizar posteriormente esa información, sino que partió al revés. Fue muy interesante. Y me gustaría aprender más de producción y a nivel sonido para que la traducción sea cada vez más directa. Es algo que le digo mucho a mis alumnos: es el conocimiento el empoderamiento. El entender de qué forma vas a explicar qué crees, o a plasmarlo, sea en una partitura o en una grabación, o sea en la forma en la que vos lo comunicás. Es, y fue siempre, muy importante para mí.

—En tu carrera discográfica han estado muy presentes compositoras fundamentales de Latinoamérica, sin embargo, ahora te mueves a la poesía y haces una versión de “La otra”, poema de Gabriela Mistral. ¿A qué responde esta elección y cuál fue la intención en este tema en específico?

No hubo una intención en particular, sino que estando en el Valle de Elqui me enteré de que Gabriela Mistral era de Vicuña, un pueblo a lado de Pisco, que es donde me estaba quedando. Fui a Vicuña a pasear y a tratar de encontrar un libro de su poesía porque me dio curiosidad leerla en el lugar donde ella había nacido. Me encontré con este poema y me pareció perfecto porque describía realmente lo que yo estaba viendo: la aridez del paisaje, los cactus, las águilas, el sol asesino del medio día. Y también mi interpretación que puede haber sido tamizada por mi propia experiencia, porque yo no sé cuál fue la intención de Gabriela Mistral al escribir esa poesía. Para mí tenía que ver con un renacer, deshacerse de un ser que era y permitirse ser otra persona, permitirse una especie de renacimiento. Entonces, la letra me pareció perfecta para esa situación.

—Tu música se nutre principalmente de tu formación dentro de la música clásica, el jazz y el folclore latinoamericano. Además del diálogo que puede haber entre estas diferentes formas de hacer música, ¿qué tensiones y conflictos has encontrado en ellas?

Siempre me atrajo poder navegar por distintos mundos y por tratar de sentirme muy cómoda en ambientes muy diferentes. Y en los musicales, sin duda. Pero creo que los estilos se comportan de alguna manera como jaulas porque tienen una visión muy particular de la música: cómo debe ser abordada, cómo tiene que aprenderse, cómo tiene que compartirse, y de qué forma se presenta en un escenario.

Por ejemplo, hoy día, un concierto de música clásica representa una formalidad absoluta. Pero si uno se pone a pensar el contexto en que esa música fue creada, digamos, la ópera, esa música no fue compuesta para presentarse de esa manera. Las oberturas en realidad eran para que la gente dejara de hablar y poder empezar la ópera. Cosas que se fueron modificando a lo largo de los años y que ahora son algo completamente fijo. Lo mismo pasa con el folclore. Hay mucha gente que dice: “esto es tradicional y esto no”. ¿Y cómo se convierte algo en tradicional?. Bueno, hay un recorrido. Pero el folclore para mí está todo el tiempo modificándose, sin embargo, hay unas ideas respecto a un folclore estático. Hay unas ideas respecto a de dónde viene la música, o de que la música solo tiene un movimiento único: “vino de África, pasó por Latinoamérica…” En realidad hubo mucho más movimiento que eso, siempre lo hubo, pero hay una idea de un solo recorrido y eso hace que los estilos también generen sus tribus, sus formas y sus maneras de relacionarse.

Creo que hay muchos prejuicios y demasiadas estructuras en cada uno de estos distintos mundos musicales, porque ni siquiera son géneros. Si uno dice: género folclore, ¿Qué es eso? No sé.

En todos lados del mundo hay música de tradición oral y, en general, en ese tipo de música, las partituras tal vez no existen, y eso hace que muchas cosas sean diferentes. Lo contrario en el mundo de la música clásica. Algo en el medio en el caso del jazz. Y de cada uno de esos lugares y recorridos, siempre a uno le quedan cosas valiosas.

—Mencionabas hace un momento la importancia que ha tenido para ti el tener múltiples herramientas musicales no solo como artista, sino también como mujer. En ese sentido, ¿Cómo sientes que el movimiento #Metoo reconfiguró la industria de la música para las mujeres?

Creo que pasaron cosas muy buenas y obviamente también puede haber una crítica. Me parece que una de las cosas que tiene mucho valor es darle visibilidad a proyectos de mujeres, historias de mujeres, dar visibilidad a mujeres que vinieron antes que nosotras y que hicieron cosas increíbles. O sea, las Gabriela Mistral, Violeta Parra, Chabuca Granda y tantas otras. Algunas pudieron tener un espacio pero siempre ha sido muy difícil porque, para una mujer tener un espacio y el respeto de sus pares, tiene que ser cien mil veces mejor que todos los otros hombres que están por ahí dando vueltas. Y creo que el hecho de que se haya puesto en el centro de la discusión la experiencia de las mujeres, hizo que tanto hombres como mujeres pensáramos: “puta madre, esto es un problema reserio que tiene muchísimos años”. Y así como se refleja en la sociedad se refleja en la música. Creo que hay muchos músicos o programadores de festivales que piensan dos veces en tener un line up entero, como sucedía siempre, plagado de bandas lideradas por hombres, o tener una Big Band de jazz con todos músicos hombres.

Y me ha pasado con músicos con los que toco desde hace muchos años que me han venido a pedir disculpas, al nivel de decirme: “me di cuenta de que sí, que en los ensayos, en vez de resolver directamente con vos que eras la directora de la banda, la que había compuesto la música, la que había hecho el arreglo, la que había hecho la partitura, yo iba y hablaba con el bajista porque era el hombre”. Y yo obvio que lo veía, y era como tomar una respiración profunda y seguir de largo porque si no, era también generar todo el tiempo una situación de conflicto, pero el conflicto ya existía. Y ahora eso es lo bueno, que salió a la luz, que se ve, y que entonces hay esa posibilidad de hablarlo. Y nosotras como mujeres también tenemos mucho machismo que quitarnos de encima, no solo es un problema de los hombres, es un problema de todos.

—Finalmente, Sofía, Estados Unidos parece que deja atrás la pandemia. ¿Cuál es tu perspectiva de la industria para artistas independientes ante este panorama?

Yo creo que todavía es temprano para saberlo. Pero lo que sí pienso es que va a haber un resurgimiento en el buen sentido de la música en vivo. Creo que la gente está hambrienta de algo real, hay un hartazgo de la pantalla y del Zoom. También puede ser que haya un hartazgo de esta música tan hegemónica, que suena toda igual y en la que hay muy poca creatividad. Creo que hay otras expresiones, gente que están hablando de otras cosas, de problemas serios, o que está animándose a hacerlo. Una música que le llegue más a las personas por la conexión con los problemas que hay sobre todo en Latinoamérica, problemas sociales, económicos, políticos, de medio ambiente, problemas con los feminicidios. Y hay artistas que están hablando de eso y que están pudiendo ocupar un espacio. Me parece que este otro tipo de songwriting va a tener un valor distinto porque la gente necesita otro tipo de conexión y algo más auténtico.

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