En algún punto de la psique oblicua y el arte, conceptos como disonancia, discrepancia, contrapunto o síncopa son, ante todo, una suerte de gloriosos equilibrios. Está en todos lados, la pugna de opuestos creando una armonía atípica y genuina, en las letras, el cine y evidentemente en el día a día. Sin embargo, esto suele ser una moneda de uso mucho más regular en los linderos sonoros y musicales, particularmente en el universo del jazz, en donde esta apuesta suele ser uno de los tantos motores que impulsan las exploraciones hacia bordes fascinantes e indescriptibles.
Pero para que dichas rupturas o “resquebrajos” afortunados resulten en momentos de verdadera sustancia se necesita algo más que dominar la técnica para deconstruirla. Hay un mucho de intuición e incluso algo de telepatía. También una fluidez continua que a veces se le parece al trabajo y la disciplina, pero otras tantas luce como un caudal endiablado y adictivo. Y si no, pregúntenle a los humos engolosinados de John Coltrane o a los solos exhaustivos e inefables de Marc Ribot.
En este orden y desorden de ideas, pensando y sintiendo los límites y posibilidades del lenguaje, seguramente un músico del calibre del bajista colombiano Santiago Botero tiene esto bien interiorizado, al surfear con gracia y maestría este devenir de opuestos, a través de uno de los proyectos más fascinantes del crisol bogotano de las últimas dos décadas: El Ombligo.
Hablamos de un trío que lleva en el planeta, al menos en forma de grabación, cerca de una década, cruzando de forma cruda, salvaje, y de una manera muy natural y fluida, el jazz con la llamada música culta y algunas raíces colombianas de forma dinámica y a veces completamente vertiginosa.
Además de Botero, El Ombligo se complementa y articula con el tecladista Ricardo Gallo (a quien su estilo se le ha comparado como un “John Medeski con toques tropicales”) y el prolífico baterista Pedro Ojeda, siendo todos parte de esa constelación infatigable de la música contemporánea de Bogotá, en donde también orbita el legado de lugares como el Matik-Matik, los sellos La Distritofonica o Festina Lente, además de los siempre recurrentes proyectos como Meridian Brothers, Romperrayo, Los Pirañas, Frente Cumbiero, Ondatrópica, etc.
Alterar el tiempo y el espacio
Además de El Ombligo, Santiago Botero también nutre sus inquietudes sonoras con otros proyectos como MULA o Los Toscos, aunque con El Ombligo las ínfulas jazz respiran con mucha mayor plenitud, música que ante todo todo es dislocada, alterada y profundamente acalorada, húmeda y de altos sabores. Es decir: tropical.
La acepción de lo psicotrópico hecho por El Ombligo resulta pertinente y clave, toda vez que una sustancia (natural o sintética) puede traernos alteraciones notorias en la percepción, el ánimo, los estados de conciencia y comportamiento de tipo estimulantes, antipsicótica, tranquilizante, entre otros. Bajo esta luz, el debut discográfico del trío, Canción Psicotrópica y Jaleo vol.1 (Festina Lente, 2011), un compendio de once cortes fascinantes y vertiginosos, con unos ánimos mucho más acústicos, equilibrando el contrabajo, saxofón y batería, al servicio de una deconstrucción de la música de Andrés Landero y su cumbia de acordeón.
Una alteración y poderío de este calibre sólo pudo tener una evolución mucho más contundente y sólida. Para Canción Psicotrópica y Jaleo vol.2 (Festina Lente Discos + La Jaula Publicaciones, 2015), las ambiciones de El Ombligo tuvieron una dirección mucho más claras de miras, un sonido mucho más potente y una grabación aún mejor, facturando en versión CD+Libro conceptual y vinil (2017) uno de los trabajos más poderosos del jazz contemporáneo latinoamericano a la fecha.
Esa ponderación del orden desordenado no sólo hace un efecto de maravillas en los discos o presentaciones del trío, quienes para su segunda aventura se hicieron acompañar también del trabajo de músicos de alto calibre como Marco Fajardo, María Angélica “Mange” Valencia, Juan Ignacio Arbaiza, Enrique “Kike” Mendoza y Juan Pablo Villamizar. Además, Para Canción Psicotrópica y Jaleo vol.2 solidifica el sonido del grupo y continúa lo que ahora parece una tradición en los títulos de los temas, a los cuales se les invierte el artículo que las contiene (“Producido El”, “Afanosa La”, “Animal Pequeño El”, etc.). Un trabajo que nos recuerda mucho a los mejores momentos y solvencias del jazz contemporáneo que se hace en otras latitudes, especialmente del nivel y estilo de sellos como Tzadik (John Zorn), pero con el excelso tamiz colombiano.
Tras un breve y redondo EP de edición limitada, EP #1 (Discos Chichigua, 2018), mismo que en cierto modo funge como un puente entre sus dos opus arriba mencionados, la psicodelia jazzeada y medio rockeada y sandungueada de El Ombligo estaba lista para un paso aún más osado, rumbo a la incierta década venidera.
Cuando se podían hacer conciertos
Pesa recordarlo, pero el inicio de década nos dio un tremendo sentón con la llegada de una pandemia al mundo, en donde obviamente los países de América Latina hemos resentido de forma más cruda. En este oleaje que luce no tener fin claro, la música por supuesto que ha sido un bálsamo importante y la música de El Ombligo, visionaria y anticipada incluso en sus linderos más clásicos y formales, logra dar el paso con el tiempo, a través de un trabajo en vivo.
Grabado en directo el 7 de marzo de 2020 en el Matik-Matik, el salvajismo y sabor de El Ombligo logró ajustar un mano a mano con cerrojo de peso con The Young Mothers, combo freejazero texano en el que se encuentran, entre otros, la bestia noruega del contrabajo Ingebrigt Håker Flaten (The Thing), Jonathan Horne, Jawwaad Taylor, Stefan González y otros más, en un resultado completamente alucinante.
Se trata de una sesión extrasensorial, cuasichamánica y contundente a raudales, donde la música, siempre dislocada, siempre disparatada, se deja querer a pierna suelta, a través de tres cortes de largo aliento brutales, recordándonos en el paso lo importante que es la congregación entre seres, cabezas, cuerpos y almas con visiones distintas hermanadas por un mismo ímpetu. Oreja con oreja, ombligo con ombligo.
Ahora mismo, El Ombligo se antoja como uno de esos banquetes de alto deleite para verse y disfrutarse en vivo, que para quien lo ha logrado asegura que es una experiencia parecida a lo poderoso de sus discos, pero potenciado con creces. Ojalá las vacunas y los gobiernos se acomoden como los astros para que el futuro nos lo permita. Desde el centro (El Ombligo) hacia afuera y de regreso, o no. O sí, hoy, ayer, mañana y para siempre. Que sea.