/

La caja de espejos, retratos hechos canción

Con motivo de la presentación de La caja de espejos, retratos hechos canción, sus creadores, Todd Clouser y Jesús Cornejo, conversan con Malaria sobre este atractivo proyecto que combina la fotografía, la palabra y la música.

Todd Clouser y Jesús Cornejo

@malariasonora

El fotógrafo Jesús Cornejo y el músico y compositor Todd Clouser se reúnen en La Caja de Espejos, retratos hechos canción, proyecto que combina música, imagen y relato para dar a conocer entrañables historias de “personas comunes o personas de a pie”, que será presentado en vivo, en el Teatro de la Ciudad, este jueves 5 de mayo, a las 8:30 pm.

Integrada por 23 fotografías de Cornejo —quien acompaña su trabajo visual con breves narrativas y con la banda sonora de Clouser, compuesta ex profeso para las imágenes de cada personaje retratado—, la muestra explora 15 historias que buscan quedar en la mente del espectador como un autorretrato a través del otro, del desconocido, además de conectar con los sentidos.

La Caja de Espejos contará con invitados de primer nivel como el contrabajista Aarón Cruz, los cantantes Belafonte Sensacional, El David Aguilar y Vivir Quintana, el pianista Emmanuel ‘Chopis’ Cisneros, y la poetisa Guadalupe Galván.

En esta entrega, además de la entrevista en video, podrán leer un poema de Guadalupe Galván, basado en la fotografía “La orquesta de los difuntos”, de Jesús Cornejo, así como la historia del retrato narrada por su autor.

La orquesta de los difuntos / Foto: Jesús Cornejo

Del sonido de las nubes cayeron los
hombres con sus instrumentos a cuestas,
con sus barcos y remos a cuestas,
ritmo acompasado,
rumbo firme,
es fácil seguirlos,
el lago los delinea.
Van a buscar vivos a quien cantar,
muertos y muertas a quien cantar,
sus instrumentos son también herramientas para arar y cosechar,
palas y ataúdes,
cuerdas para sostener casas,
cuencos que aparan el silencio,
redes para evitar pantanos.
El ruido del mundo va en sentido contrario,
litoral entre lago y carretera.
El reflejo los saca de este mundo derecho
y en el revés multiplica su música.
La velocidad no los alebresta,
su repertorio es la memoria de los muertos y las muertas
—de repente, salta uno de los últimos peces blancos que suena entre los pasos sin pausa—.
Del sonido de las montañas del lago cayeron los hombres con sus instrumentos a cuestas,
si todo se extingue van a llevar canciones a la sequía,
hay que seguirlos.

Guadalupe Galván

******

Los encontramos en el viejo camino frente al lago de Pátzcuaro, el que viene de Tzintzuntan. A lo lejos iban, cuesta arriba cargando sus instrumentos. “¡La música!, ellos son los que nos faltan” le dije a Irene. Federico, Jordán y Taudino, la orquesta “Tzipekua”, venían de trabajar de Tzintzuntzan e iban de regreso a sus casas en Tarerio e Ichupio, a 10 kilómetros de distancia.

— Vienen los días de muertos, ¿tocan ustedes música para esa celebración?— les preguntamos.

— No salimos de los panteones durante esos días— contesta Jordán mientras carga el saxofón. “Cuando hay un difunto el primer año después de que lo sepultan, el Día de Muertos vamos a tocar un rato a su casa y luego acompañamos a la familia hasta el panteón. De ahí, cuando ya vamos saliendo, nos hablan de otras tumbas para que vayamos a tocar unas Pirekuas (canciones en Purépecha)”, le dice a Irene.

Mientras platican con ella yo los observo ahí parados frente al lago, la tarde aunque nublada, dejaba escapar algunos rayos muy suaves que pintaban de dorado el pastizal, y ahí ellos caminantes y viajeros llevando la música a cuestas.

—¿Qué se siente tocar para los muertos?, les pregunta Irene. —Está difícil de explicar —responde Jordán—. Es como agasajarlos. Se dice que su espíritu viene y están ahí un rato; por eso no quieren esperarlos con tristeza, sino con música y con alegría. Uno está contento ahí, transmitiéndoles todo el sentimiento mientras los acompaña.

— ¿Los llevamos? — preguntamos.

— Gracias, estamos bien así. —responden— Ya el camino ya nos conoce.

Orquesta Tzipekua. Tzintzuntzan, Michoacán, México. 2018

Jesús Cornejo

*****

Dejar un comentario

Anterior

Friego, una rebelión contra el sueño americano del jazz

Siguiente

Orgullo y cumbia amazónica. De Perú para el corazón latinoamericano, ¡Los Mirlos!