Fernando Vigueras es músico, artista sonoro y gestor independiente, especializado en prácticas experimentales y formas de creación vinculadas a la libre improvisación, la interpretación de música nueva y el arte contemporáneo. Su trabajo artístico indaga sobre la naturaleza resonante de los objetos y la cualidad objetual de los instrumentos, recreando distintos modos concretos de producción sonora.
Realizó estudios de maestría en el programa de Posgrado en Música de la UNAM. Es Licenciado instrumentista en guitarra por la Escuela Nacional de Música (UNAM) y pasante de la Licenciatura en jazz con especialidad en guitarra (Escuela Superior de Música del INBA).
Forma parte del colectivo mexicano de improvisación Generación Espontánea, del ensamble multicultural Cuatro Minimal (Japón, Corea, México) y del proyecto Cantos para una diáspora de la cantante Dora Juárez Kickzcovsky.
Como gestor ha realizado proyectos curatoriales como el Festival Espejos Sonoros (Teatro el Galeón), la serie de música experimental Articulaciones del Silencio (CCEMX), la serie de intervenciones sonoras Resonancias in situ (Museo del Chopo), el ciclo de performance audiovisual Remanencia en colaboración con el Laboratorio Experimental de Cine (Ex Teresa) y El círculo de lo imprevisible, laboratorio multidisciplinario de creación colectiva en colaboración con La Sociedad de Carne y Hueso (Casa del Lago).
Actualmente desarrolla la serie de encuentros sonoros Dunkel Kammer Sessions (México / Austria) en colaboración con la artista visual Gabriela Gordillo y coordina la plataforma de improvisación y música experimental Desbordamientos.
– ¿Cómo has vivido el confinamiento? ¿Qué consecuencias te ha traído?
Ha sido un trance complejo, aunque se asume con cierta familiaridad. Constantemente hay que reinventarse, sacar adelante proyectos, buscar apoyos, aprender atajos, desarrollar lenguajes, crearse herramientas para ir subsistiendo, procesos que exigen una gran cantidad de trabajo confinado.
Por otra parte, también es un periodo que se ha resentido de varias formas: la cancelación de las actividades que se habían proyectado al inicio del año y las consecuencias a corto y mediano plazo se han reflejando, principalmente, en lo económico y en el estado de ánimo. Ha habido una pausa forzada a gran escala y el impacto ha sido inmediato para quienes vamos al día, la incertidumbre también se ha convertido en un tránsito cotidiano.
– ¿Qué papel consideras que tiene la música en esta crisis?
La música es una actividad inherente al ser humano, y juega un papel esencial en todo momento, sobre todo desde el silencio donde se origina.
Creo que el silencio ha sido un elemento ausente desde hace ya mucho tiempo en nuestro entorno y en estos momentos me parece sumamente vital.
¿De qué forma percibimos la música en medio de la vorágine de información y ruido que ha caracterizado todo este periodo? ¿De qué manera podemos escucharnos entre las mil ventanas desfasadas del Zoom y el retumbar de las bocinas rotas que crujen en las paredes de los vecinos? ¿Cómo reconocemos nuestra voz en medio del violento estruendo que se percibe en los medios y en las narrativas que ejerce el poder, anulando cualquier postura crítica?
Creo que toda esta estridencia apunta a disolver las nociones del espacio privado, el espacio virtual y el espacio público ¿No es esto acaso otra forma de confinamiento? La música necesita espacio para poder escucharse, y ese espacio es cada vez más difícil de encontrar en medio de todo el estrépito cotidiano.
– ¿Cuáles consideras que son las principales problemáticas que enfrentará la comunidad de músicos independientes en esta situación inédita en el mundo? ¿Cómo resolverlas? ¿Cómo abordarlas?
Creo que siempre es pertinente replantearse todo, incluso la propia idea de lo ‘independiente’ y tratar de establecer otro tipo de coordenadas en relación a la manera en la que asumimos y nos posicionamos con respecto a nuestras prácticas.
En el caso del arte y de la música en particular, dependemos de espacios, foros de exposición, instituciones, plataformas de difusión, públicos, y un entramado de situaciones y herramientas sin las cuales, estoy seguro que el quehacer artístico podría dimensionarse distinto, quizás desde una perspectiva menos ingenua, acaso más colaborativa.
Me parece necesario cuestionarnos la manera en la que asumimos nuestras prácticas y hasta dónde nos implicamos realmente para darles sentido.
Creo que los problemas son muchos y muy complejos, no solo ante esta situación, aunque quizás este contexto sirve para visualizar algunas cosas que en el trance del día a día no alcanzan ni siquiera a vislumbrarse.
Uno de los problemas más evidentes es el estado de vulnerabilidad desde el cual, el trabajo artístico, fuera del marco institucional o académico, hace frente a este tipo de contingencias, sin alternativas claras o alianzas estables no solo a nivel institucional, sino entre la propia comunidad.
Hablo desde un enfoque muy particular, pero creo que es un problema común en muchos ámbitos. No podría imaginar una sola estrategia, creo que hace falta mucha reflexión al respecto para poder situar dentro de un marco crítico y objetivo las múltiples aristas de la problemática general del estado actual de las músicas independientes en nuestro contexto.
Abrir la discusión y tratar de rastrear las inquietudes me parece bien como punto inicial. Visibilizar esas posibles comunidades, desde una perspectiva certera e incluyente, sería un trabajo pertinente y necesario. Lograr hacer de las diferencias una voz colectiva, plural y virtuosa, mucho más politizada y menos virtualizada o aislada.
– Al ser la música un agente que históricamente fortalece vínculos e identidad comunitaria y cuyo espacio natural es el espacio público donde se lleva a cabo la escucha colectiva. Al cancelarse ese espacio por el confinamiento, desde tu perspectiva ¿qué implicaciones tiene para la comunidad en su conjunto?
Ahora mismo veo una urgencia por encontrar una solución casi inmediata al problema de la interacción colectiva y desde ahí el espacio virtual se ha instaurado como el medio preponderante de nuestros encuentros, argumentando un incierto cambio de paradigma, que realmente no sé hasta dónde tendría que asumirse como tal.
Yo no creo que el espacio virtual pueda suplir la dimensión social, política y afectiva que implica el encuentro y la experiencia presencial. En todo caso, ese espacio puede funcionar como una herramienta que detone otro tipo de interacciones y escuchas. Creo que todo este proceso exige bastante atención y paciencia. Quizás deberíamos preguntarnos de cuántas formas podemos asumir esa dimensión social que entraña la música y otras experiencias sonoras. ¿De qué manera se puede generar un diálogo que trascienda el espacio físico?
Pienso en las meditaciones sonoras de Pauline Oliveros y en algunos ejercicios de interacción telepática que implican una comunicación colectiva a través de la escucha profunda. Algunas veces, estas piezas implican trasladar la energía y la escucha a otros espacios y temporalidades a miles de años luz, o al interior del cuerpo.
Otra referencia importante es el trabajo de artistas como Daniel Godínez Nivón, quien ha desarrollado una metodología creativa a partir de encuentros oníricos, generando procesos que no están mediados por un espacio concreto, sino a través de las posibilidades que se despliegan en un entorno completamente imaginativo desde la ensoñación.
En todo caso, pienso que es necesario recrear y cuestionarse las formas en las que asumimos la colectividad.
– ¿Qué papel juega la tecnología en el confinamiento? ¿Se reduce a hacer streaming? ¿Consideras que a través de la tecnología se podría generar un vínculo tan fuerte con el escucha como lo hace la música en vivo?
La tecnología, como en casi cualquier situación juega un papel esencial. El problema no es la tecnología en sí misma, sino la reducción del potencial que podría tener cualquier medio al alcance. Es complicado pensar que el streaming puede suplir la experiencia in situ. Yo pienso que más bien entraña una lógica distinta y que bien aprovechado también podría ser un medio de exploración interesante. En ese sentido, creo que puede ayudarnos a pensar en formatos que no necesariamente se reduzcan a la idea de un ‘concierto’ o una presentación en ‘tiempo real’.
Quizás el problema estriba en asumir este concepto como algo que tiene sentido en la vida cotidiana, pero justo ese ‘tiempo real’ refiere al desfase que hay en cualquier intento de comunicación mediada desde el ámbito digital.
Creo que es importante darles un sentido mayor a los procesos, valorar lo que el tiempo y la experiencia pueden enseñarnos a través de este umbral crítico.
– ¿Qué opinas de la gran cantidad de contenidos gratis online que se están liberando tanto de grandes consorcios -como el Festival de Montreux- hasta los artistas independientes desde sus casas? ¿Qué pros y contras le ves a esto?
Pienso que es un fenómeno curioso y probablemente no tendrá demasiada continuidad, más allá de este periodo de contingencia. Como espectadores habría que aprovecharlo. Me refiero a los contenidos de calidad que se amplifican desde algunos festivales, pero también a través de varias iniciativas independientes.
Hay cierta fascinación en la posibilidad (o imposibilidad, según se entienda) de atender algo que ocurre a cientos o miles de kilómetros de distancia y que puede convocar una audiencia específica. Hace poco pude ver una pequeña sesión que ofreció Pedro Aznar desde su casa y poco después un concierto de Ernst Reijseger en una locación de Amsterdam.
En referencia nuevamente al streaming, he seguido con entusiasmo la serie de conciertos Cancelled but not cancelled que organiza Tresor Linz, desde un sótano en la ciudad de Linz, en Austria, con un nivel de producción excelente; y el trabajo que realizan Angélica Castelló, Isabelle Duthoit y Sophie Agnell, quienes diariamente, a una hora determinada, improvisan individualmente desde sus locaciones y posteriormente editan el resultado, generando una serie de tracks que se corresponden con la lectura del libro Femmes Animales de Lauren Belhassen. El resultado es fascinante y me parece un gran proyecto de improvisación telemática.
La posibilidad de atender estas experiencias es afortunado y un gesto generoso por parte de quienes las producen.
Es verdad que ahora mismo hay una sobreexposición de contenidos y una creciente necesidad de visibilidad, pero creo que siguen siendo pocas las propuestas trascendentes.
Los contras los he comentado anteriormente en relación al ruido y la contaminación que se genera con todo este marasmo virtual.
– ¿Cuáles consideras que sean las lecciones que habría que tomar de esta crisis?
Todo este trance me hace pensar en la forma que se comunican otras especies, en las rutas migratorias de las aves, en el canto de las ballenas, en el periodo de vida de las cigarras, manifestaciones de lenguajes que se inscriben a través de procesos complejos, durante periodos de tiempo, frecuencias y espacios que a veces no somos capaces de percibir, pero que suceden, al margen de nuestros propios deseos y pulsiones.
Creo que es pertinente reconocer este tránsito como un periodo complejo que seguramente va a derivar en escenarios bastante desfavorables para todos. Es inminente la crisis económica que se avecina y ante ese panorama lo mejor será estar atentos y lúcidos.
Por otro lado, se abre la posibilidad de mirar desde otros ángulos nuestro quehacer y la manera en la que cada quien asume y se implica con su trabajo y con el de los demás.
¿Cuántas formas hay de adaptarse, reinventarse o potenciarse desde esta grieta? es algo que no podremos saber hasta dentro de mucho tiempo, por ahora todo es una posibilidad latente que requiere atención y escucha.