Alejandro Otaola no es un músico convencional. Si bien es una figura sobresaliente en nuestro país por su larga trayectoria como guitarrista en el rock, la música experimental y la música para cine, su trabajo sobrepasa lo sonoro para ubicarse como un punto de encuentro entre estéticas y artistas provenientes de diferentes estilos y generaciones. Así lo ha mostrado en sus casi 30 años de carrera y lo reafirma con la edición digital y en vinil de la segunda parte de uno de sus trabajos más representativos: Fractales, ambicioso proyecto colaborativo en el que, a través de la idea de lo fractal, se conjugan las dos facetas más profundas que dan identidad a su trabajo: la música y el cine.
Indagar el lazo entre el séptimo arte y el sonido en la vida de Otaola nos lleva hasta su niñez, cuando presenció en el Teatro Metropólitan —que en ese entonces era un cine—, Help! de Los Beatles, su grupo favorito de la época. “Mi primera experiencia de escuchar música a un volumen casi de concierto fue en un cine, y mi primer recuerdo de un cine fue en una película sobre música, por eso, para mí, toda la vida han estado mezclados”, recuerda. De esta forma, encontramos en su trabajo diversas referencias a cineastas como Andrei Tarkovsky, Wim Wenders, Ingmar Bergman o al mexicano Carlos Bolado, entre otros.
Fractales es un trabajo realizado con decenas de colaboradores por separado quienes, gracias a la vitalidad de la improvisación y al posterior trabajo de edición, interactúan en múltiples y espontáneas escenas de una película sonora en la que Otaola funge como director y editor. Pero a diferencia de la primera entrega, donde los músicos invitados no contaban con referencia alguna del segmento en el que improvisarían sino hasta llegar al estudio, en Fractales II, por razones de confinamiento, Otaola envió guías e ideas abiertas a cada artista para que desde casa grabaran sus partes y se las enviaran de vuelta. De esta forma, el guitarrista dio vida a 2 elocuentes historias sonoras fragmentadas en 7 y 5 temas, respectivamente, con 25 músicos distintos.
“Es difícil imaginarte que vas a crear un proyecto para cada colaboración que quieres hacer con alguien. Entonces, un disco de esta naturaleza lo permite porque se vuelve una especie de caleidoscopio de colaboraciones”, afirma el guitarrista. De ahí que en el álbum pueda escucharse a una gran gama de músicos, como la consolidada chelista Natalia Pérez Turner, los jóvenes guitarristas Federico Sánchez y Aarón Flores, o los extranjeros Andrés Landon y Ravish Momin, entre muchos otros.
Sin embargo, Fractales II no responde a una intención específica de realizar el álbum, sino es consecuencia de diversas situaciones: el estado de salud de Otaola por una lesión en la espalda que lo llevó al quirófano a mediados de enero de 2020; la entrega de la música para la última película de Yulene Olaizola un mes después, lo que le permitió utilizar el mismo set de sintetizadores que tenía dispuesto para la cinta, ahora para el disco; y al confinamiento por la pandemia, que inició en marzo del mismo año.
“Cuando empezó el año yo no pensaba que iba a hacer un disco solista —relata—. Cuando empecé el disco solista no pensé que fuera a haber invitados, y terminó habiendo 25. Cuando empezó el año, si me preguntabas en qué formato iba a editarlo, pensaba que en CD edición de colección, y terminó siendo un vinil. Entonces siento que por más que uno haga planes, al final la vida te termina llevando por lugares que no son exactamente los que esperas, pero eso es parte del proceso creativo. Y el resultado refleja todo esto: tanto lo que te planteaste hacer en un inicio como lo que terminaste haciendo por las circunstancias”.
—Este disco se dio en parte a raíz de tu lesión en la espalda a una edad madura. ¿Cómo estás enfrentando la idea de la edad —y su consecuente deterioro en la salud— en tu carrera dentro de la estructura del músico independiente?
Justo esta situación empezó con que iba a ser un año de cambios, un año distinto y de plantearme prioridades, porque sí veo como la mayoría de los músicos independientes aquí en México tenemos que ser el que hace la música, el que ve cómo se va a financiar, el que tiene que promoverla, el que tiene que ser el empresario para encargarse de que haya presentaciones en vivo. Y es la gente que hace música independiente en México, sobre todo música propositiva, porque sabes que no tienes pretensiones comerciales, sino lo que buscas es conectarte con personas a quienes les viaje tu estética o tus decisiones.
Por otro lado, siempre he intentado enfocar mi creatividad más hacia las ideas que a poner el foco en lo físico. Creo que lo importante detrás de la app que hice con Iraida Noriega (iNFiNiTO), el disco binaural con Javier Lara (Astrolab-iO) o los dos discos Fractales, es el concepto que define o delimita cada proyecto más que la presencia o ausencia de virtuosismo en la ejecución. Nunca he tenido problema con invitar a otros guitarristas o instrumentistas si siento que pueden tocar algo mejor que yo. Uno debe servir a la música en lugar de utilizarla para que le sirva a uno. Haciendo una analogía cinematográfica: hago música desde la posición del director de la película y no desde el lugar del que se coloca frente a la cámara, por lo que mientras mi imaginación siga encontrando maneras de trazar nuevos rompecabezas sonoros, no me preocupa la edad. ¿Te acuerdas de Steve Swallow en el Lunario?
—Eres de los pocos músicos que, a pesar del celo y prejuicios que existen entre los diferentes circuitos, han logrado transitar y ser un punto de encuentro entre diversas comunidades y artistas (rock, jazz y música experimental). ¿Para ti qué implica en el sentido más profundo la colaboración? Parece algo muy sencillo de entender, pero llevado a la práctica parece no serlo tanto, sobre todo en una sociedad donde se privilegia el individualismo y la competencia, y que además, suele banalizar los términos hasta dejarlos sin sentido y vacíos. Entonces, para ti, ¿qué es y qué implica colaborar?
El hecho de que toque con varios proyectos o varios músicos es porque cada lugar es una oportunidad de crecer. No es que yo sienta que tengo un estilo y diga: “esta es mi manera de hacer las cosas”, y donde me pongas voy a llegar a hacer lo mismo siempre. Más bien trato de, si estoy en un contexto musical nuevo, descubrir en ese contexto las pistas de qué es lo que yo debería aportar.
Creo que, sin saberlo, tuve muchísima suerte al entrar a Santa Sabina y que fuera el espacio para aprender a componer de manera colectiva. Las rolas se creaban a partir de la interacción o fricción, en lugar de que llegara alguien con un mapa dibujando por dónde iba a transitar la música. Las canciones surgían de jams o se creaban a partir de detonadores con los que alguno de nosotros llegaba al ensayo y esto generaba una sensación increíble de que, mientras se le estaba dando forma al verso de una canción, no teníamos idea cómo eventualmente sonaría el coro. Como esculpir en la obscuridad. Además, los créditos autorales eran compartidos por todos en partes iguales, lo cual hacía que todos nos involucráramos con el mismo entusiasmo y que todos sintiéramos que el resultado final nos representaba. Y esto es lo que percibo como lo más importante que se logra al colaborar con otras personas: llevar la música a un lugar más especial de lo que podría hacerlo una sola.
—En el disco aparecen músicos no solo de diferentes estilos, sino también de nuevas generaciones. ¿A qué se debe tu interés en tocar con músicos más jóvenes?
Se me hace algo natural. Siento que conozco a la mayoría de las personas o de los músicos que son de mi generación. Y las nuevas generaciones es gente joven que trae otra energía, otras ideas, otras intenciones, y está bueno entrar en contacto con esas nuevas energías. Además, me da una especie de amnesia creativa cuando termino algo. No me pasa esto de que se alimenta mi ego y pienso: “oh, estoy acumulando kilometraje y material, y bla, bla”, sino más bien termino algo, me vuelvo a poner en cero y me pongo a buscar qué hacer, un concepto nuevo o algo distinto. Entonces, veo gente que está haciendo cosas interesantes, maneras nuevas de emplear y procesar el instrumento, de conectarse con el auditorio, o las redes que ellos tienden con sus escuchas. Me gusta más tratar siempre de reinventar la rueda que estar suponiendo que yo ya sé cómo hacer las cosas, porque hay una parte de mí que siente que en el instante que piense: “yo ya sé cómo hacer las cosas”, es porque va a dejar de tener interés lo que estoy haciendo. El chiste es sentir pasión por tratar de crear algo nuevo una vez.
—Por otro lado, además de la colaboración en el plano musical, ¿consideras este momento inédito por la pandemia propicio para intercambios de ideas y colaboraciones que tengan que ver también con la organización entre los músicos? No me refiero a formas tradicionales, sino a formas de organizarse creativamente y en sus propios términos para tener voces colectivas y amplificadas, e incidir de manera más profunda en la comunidad en general. ¿Lo consideras necesario? ¿Es posible?
Creo que lo más importante para empezar a aglutinar músicos es un espacio en donde se pueda verter esa búsqueda o intención común, las escenas suelen girar alrededor del foro en el que germinan. ¿Por qué, aunque batallen para estar a flote, El Alicia o el Jazzorca llevan tanto tiempo ahí? ¿Será porque no son espacios cuyos dueños emplean para el enriquecimiento monetario personal, sino para el enriquecimiento cultural colectivo? Sin un lugar donde aterrizar cualquier proyecto ¿cómo esperar que alguien que antes de la pandemia mantenía una familia a partir de sus ‘huesos’ y ahora sobrevive de maneras extramusicales tenga tiempo de ir a juntas para definir las directrices de un colectivo de músicos? Luego, si algunas personas llegan a echar a andar algún tipo de dirección, se van a topar con la desconfianza de otros músicos que comprensiblemente sienten que en México las organizaciones civiles o políticas suelen aprovecharse de ti. Entonces, por un lado, hay personas cuyo tiempo se dedica por completo a sobrevivir y, por otro, está el factor de ‘los cangrejos mexicanos en una cubeta’, que parece imposible que logren ponerse de acuerdo. En 27 años he visto cómo varios intentos de formar este tipo de colectivos han terminado por diluirse, antes de afianzarse o generar suficiente sinergia como para que se extiendan más allá de un círculo de personas dentro de alguna escena musical específica. Entiendo que la pausa pandémica pueda ser un momento de reinvención a muchos niveles, pero creo que algo así podría suceder a partir de que regrese la música presencial a los foros, la revolución no se hará por streaming.
—Finalmente, Alex, retomo tu reflexión inicial acerca de replantearte prioridades desde que te lesionaste la espalda a principios del 2020, más todo el tiempo en confinamiento por la pandemia. ¿Qué has valorado desde entonces?
Hay ciertas cosas que uno extraña de cómo era la vida antes del 2020, pero como te decía, mi mismo cuerpo al iniciar el año me mandó señales de no poder seguir viviendo así, esta sensación de todo el tiempo estar de workaholic tratando de resolver lo que sigue y lo que sigue. En mi caso me sirvió para poner en la balanza situaciones, sobre todo afectivas y emocionales, que antes, por estar concentrado en lo musical o en lo creativo, a lo mejor había dejado desatendidas. Entonces eso me confronta con una parte de mí que me hace sentir que hay muchas cosas más allá de la música. Es como si toda la terapia musical en la que me puse el año pasado, así en plan de aprovechar el encerrón para ponerme creativo, una vez que terminé esa maratón de creatividad, de repente dije: “también tiene que haber otras cosas además de todo esto…”
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Músicos invitados: Aarón Flores, Abigail Vasquez, Alfonso André, Alonso Arreola, Andrés Landon, Brian Allen, Carlos Avilez, Carlos Orozco, Chema Arreola, Christian Jiménez, Dafne Carballo, Erik Kasten, Federico Sánchez, Frankie Mares, Gustavo Nandayapa, Hans Mues, Hernán Hecht, Israel Torres Araiza, Javier Lara, Karla Molkovich, Luca Ortega, Nacho González, Natalia Pérez Turner, Ravish Momin (aka Sunken Cages) y Sandra Michel.
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