La Escucha en tiempos del coronavirus (I/II)

Santiago Botero, figura clave en el circuito independiente colombiano, reflexiona en medio de la pandemia alrededor de la Escucha, la tecnología, el streaming y los conciertos telemáticos.

Foto: Mariana Reyes

Por: Santiago Botero

…Duh“– Bille Eilish

La cuarentena que nos previene de infectarnos y nos obliga a estar aislados socialmente afecta de sobremanera la forma en que nos relacionamos.

No voy a profundizar ni mencionar los tipos y maneras de relacionarnos, esto no se trata de un texto antropológico, no poseo las habilidades ni los conocimientos para hablar del tema, tan solo me voy a concentrar en algo que básicamente puedo considerar como mi modo de vida o al menos algo que como concepto consume gran parte de mis reflexiones: el acto de la Escucha.

Soy músico, contrabajista y me dedico a buscar maneras de relacionarme a través de la música improvisada, el jazz, la música contemporánea, la cumbia, el noise y el punk-hardcore, también enseño música a nivel de niños y maestría. Es tal vez en las expresiones de música improvisada y de la improvisación enmacarda de manera “idiomática” que para mí ha cobrado mucha relevancia el concepto y acto de Escuchar.

Como decía Pauline Oliveros, Escuchar es oír con atención. El oído, oye; el cerebro, escucha. Y yo añadiría que, el espirítu/corazón, interpreta.

Durante esta coyuntura se han visto afectadas todas nuestras maneras de ser y estar en el mundo. Hay nuevos paradigmas: ahora todo es virtual, todo es teletrabajo, todo es a distancia y nuestro contacto humano es a través de cualquier dispositivo digital -incluso creo que llamar telefónicamente ha quedado en el pasado -. Yo ahora enseño en una universidad que ha pasado a modo virtual todas sus clases.

Me siento como si una distopía se hubiera hecho realidad.

Al ser un músico que valora mucho lo colectivo (improvisaciones, festivales, ensayos, conciertos en vivo, grabaciones en bloque, cervezas y empanadas de calle charladas) esta cuarentena me ha dejado con noches de ansiedad y la incertidumbre de cómo será el después de todo. Y esto es lo que les comparto: el cómo escuchamos ahora.

Por un lado, está todo lo que muchos comentan por redes sociales: que no hay tráfico, que hay pajaritos, que ahora tengo tiempo para oír mis discos de vinilo, meditar, escucharse a sí mismo (lo que eso signifique). En muchos casos parece también una romantización de esta cuarentena donde nos podemos dar el lujo de quedarnos a escuchar todos esos eventos.

También están aquellos que no han podido parar, y solo puedo imaginar cómo se oye la ciudad sin tráfico. A los que en el día a día la ciudad les cambió…

Russolo dice:

…“In antiquity, life was nothing but silence. Noise was really not born before the nineteenth century, with the advent of machinery. Today noise reigns supreme over human sensibility. For several centuries, life went on silently or mutedly. The loudest noises were neither intense nor prolonged nor varied. In fact, nature is normally silent, except for storms, hurricanes, avalanches, cascades and some exceptional telluric movements. This is why man was thoroughly amazed by the first sounds he obtained out of a hole in reeds or a stretched string.”…

Ya no hay trafico, no hay músicos ambulantes, payasos vendiendo almuerzos, pitos de buses, frenadas de llantas, vendedores ambulantes, equipos de sonido de grupos de break dance, los aviones pasan muy de vez en cuando debido al poco tráfico aéreo del aeropuerto El Dorado (vivo muy cerca de él), no hay perifoneos en mi barrio. Se fueron los sonidos que teníamos normalizados, sobre todo en un lugar tan cacofónico como Bogotá.

Quedan algunas cosas sí, las ambulancias, sirenas de policía, y el helicóptero que pasa (que incluso con cura a bordo, nos bendice para salvarnos del temible virus).

Por otro lado, los músicos que trabajan en vivo se han puesto a hacer conciertos por streaming, DJ sets, lives de Instagram o de Youtube. Algunos cuentan con equipos de audio que pueden dar una calidad de sonido mas alta a sus conciertos, otros solo cuentan con el micrófono de su computador o su celular, lo cual hace que se filtren mucho las frecuencias bajas, se exciten las medias altas y que escuchemos todo como en una especie de audio de Whatsapp con tintes de concierto íntimo (aún con audífonos, muchas cosas se pierden).

Los músicos que viven con sus colegas o que los miembros de sus proyectos musicales son a la vez miembros familiares, novixs o parejas, de pronto no han visto su actividad de ensayo mermada. Muy posiblemente están colaborando y muy posiblemente al final de esta cuarentena las cosas terminen en un disco o canción que muy posiblemente será compartida por redes. Incluso, en un concierto por streaming, a diferencia de los proyectos solistas, contarán con al menos 2 personas haciendo sonido.

También están aquellos que pertenecen a algún colectivo sonoro o grupo, el cual, se promueve como tal, pero realmente pasan como solistas representantes del mismo —ya que el aislamiento preventivo previene la movilización para reunirse—, y lo que finalmente sucede es que, eso que era un grupo, termina en una sola persona que presenta su música en formato solista.

Luego están los conciertos telemáticos, aquellos donde sus participantes se encuentran en diferentes puntos del globo y la señal mezclada del concierto se transmite en alguna plataforma digital que soporte video y audio. Tienen la particularidad de que deben jugar con un elemento, que es la latencia (concepto que hace referencia al tiempo que un paquete de datos tarda en transmitirse en la red). Esto afecta el acto de tocar, ya que cuando se toca, lo que el otro escucha y su reacción musical llegará con algún retardo en la señal. Asimismo, afecta la manera de hacer música, ya que mantener una sincronía musical (propia de un beat, un acorde, ritmo armónico-melodía en un compás dado) es imposible.

Esto ha hecho que los conciertos telemáticos puedan funcionar dentro de algunas maneras de hacer música donde la afectación en la sincronía de pulso no es grave. Por ejemplo, música improvisada de tipo free jazz, noise, experimental y música contemporánea que se mueva en esa estética (Wandelweiser, Stockhausen, Cage, Feldman, etc).

En este caso, la latencia no es una decisión estética, es decir, es la manera en como se escucha la relación musical y no hay manera de tener un control sobre el producto final. Quien oye eso es el oyente en la plataforma de streaming y, tal vez, lo pueda percibir; y si tiene un oído entrenado en este tipo de hacer musical, lo pueda notar. Además que, de nuevo, importan los equipos de audio que tengan los músicos.

Plataformas como Zoom o Skype permiten hacer eso, siendo Zoom la primera elección para muchos músicos. También hay otras mas especializadas, software de open source como Jack y Jacktrip que permiten realizar esos conciertos. Aunque esta última no es de fácil operatibilidad y, en bastantes casos, requiere de equipos que mucha gente no tiene porque no han tenido la necesidad de tenerlos (pareciera que tener un pequeño estudio en casa ya no será una opción, sino una necesidad para cualquier músico).

Esta latencia presupone un problema para muchos músicos. En este caso, es una condición inherente, no puedo decidir no tenerla. Si no la quiero tener, mi única opción, es no tocar. Supongo que esta coyuntura hará que se hagan adelantos tecnológicos para que la latencia no sea un problema y —quién sabe en un futuro— vayamos a poder tener ensayos regulares de proyectos de pop, rock, salsa o jazz con músicos esparcidos en el globo. Ojalá.

Insisto, puedo pensar que la latencia es un problema —o algo que debo aceptar con resignación porque “es lo que hay”—, pero… también puedo entenderlo como “otra manera de escuchar” algo que me redefina lo que yo asumo como un buen resultado sonoro. No creo que añorar lo que no puedo tener sea sano, más bien estoy feliz que la tecnología me permite darle la vuelta a esta situación y aferrarme con las uñas a la posibilidad de seguir haciendo música en tiempo real con amigos y colegas.

Añado que los conciertos de streaming y los telemáticos no son propios de la coyuntura, ya se hacían, pero ahora han cobrado mucha vigencia. Pareciera que es la única salida para tener música en vivo y poder oírla de esa manera. Personalmente me decanto por los telemáticos, no solo por estética, sino porque me parece que con los conciertos por streaming muchas veces la calidad del audio no es buena y siento que ahora hay una sobresaturación de conciertos online que no se qué tan provechoso sea. Como me decía un amigo hace ya algún tiempo cuando aparecieron las primeras redes sociales que permitían compartir música de manera fácil (¿recuerdan Myspace?): ya no hay que buscar música, ahora pareciera que me debo esconder de mucha.

Siento que los conciertos telemáticos son una manera de hacer resistencia (aunque realmente en estos momentos hacer música en general, es resistencia). Es una manera de extraernos de una realidad sombría en donde colapsan los sistemas de salud y salen a flote todas las cosas pútridas de esta sociedad enferma. El coronavirus fue la mano que sacudió la mugre que se escondía debajo del tapete.

Y vuelvo a mi premisa inicial: siento que en lo telemático -especialmente- por sus condiciones estéticas y la posibilidad de interacción, le hago el quite a esa manera de tener que sonar de una forma específica. No debo aferrarme a esas antiguas maneras de hacer las cosas ya que no las tengo, no existen. Por mi salud mental debo desapegarme de imaginar que, con lo que hay, debo sonar como antes y escuchar como antes, cuando es completamente diferente ahora y, en vez de lamentarme por lo que no puedo tener y callarme, prefiero sonar y tocar, así no sea perfecto, con latencia y todo.

Hacer música y sonar es mi opción ahora. Si lo comparo con un acto improvisativo, siempre puedo hacer silencio y, como decisión musical, siempre será una buena opción, pero como decisión política no puedo, siento que no debo.

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