Rogelio Sosa, reinventar el futuro

Para el artista sonoro y promotor cultural, los días de las grandes ciudades están contados. Sostiene que no podemos regresar a los paradigmas previos a la pandemia y que hay que buscar la función primaria de la música en la comunidad.

Foto: Rogeliososa.com

Por Oscar Adad

Rogelio Sosa (México, 1977) es artista sonoro, músico y promotor cultural. Su obra transita libremente entre la composición, la experimentación musical, el performance y la instalación. Entre 1999 y 2004 realizó estudios en la Universidad de Paris VIII, los Ateliers Upic y el IRCAM en Francia. Fue subdirector y director del Festival Radar entre 2004 y 2009 y curador de arte sonoro en Ex Teresa Arte Actual. Desde 2010 es director del Festival Aural de la Ciudad de México. Su trabajo se ha presentado en más de cincuenta ciudades del mundo. Fue miembro del Sistema Nacional de Creadores en 2012 y 2016. En 2001 recibió el Premio Nacional de la Juventud en Artes.

– ¿Cómo has vivido el confinamiento? ¿Qué consecuencias te ha traído?

Intenso porque nos dio Covid a mi familia y a mí. Mi hija lo pescó, tuvo síntomas y cuando nos dimos cuenta, llevábamos encerrados en la casa un rato, entonces se volvió complicado sobre todo por el nervio. Además, nos toco en un pico de la pandemia muy mediático en el que sí nos asustamos porque era un momento en que los hospitales estaban a tope y, en caso de hospitalización, hubiéramos tenido que hacer no sé qué cosas para tener una cama y un respirador, por fortuna no pasó nada. Mi hija tuvo síntomas, se aisló en casa de su mamá, y yo me quedé con mi otra hija aislados en mi casa tres semanas hasta que salió el resultado negativo. Yo tuve síntomas muy leves y mi hija pequeña ni un estornudo. Pero más que nada es pasar ese trago de espanto, sobre todo por cómo estamos bombardeados mediáticamente y cómo estábamos al principio, había más miedo. Y ahorita más allá de la inmunidad tenemos que aprender a vivir con esta situación de alguna u otra forma.

– ¿Qué papel consideras que tiene la música en esta crisis?

Había un meme que decía que si creías que el arte era inútil, qué sería de nosotros sin las artes en este momento de encierro. Y efectivamente, la música en general ha sido desde siempre un acompañamiento y dirección emotiva que tenemos. Pero aquí sí marco una división muy clara, porque el tipo de música que yo y mucha otra gente hacemos sí ha sido la que más ha sufrido la cuarentena, porque una parte esencial de lo que hacemos es lo performativo, la reunión de una comunidad en torno a una acción que tiene mucha fuerza en ese aspecto. El cómo sucede en vivo, cómo se hace, cómo se ve, más allá de mucha otra música que funciona en su gran mayoría en grabaciones y tracks en línea. Son casi dos universos musicales: lo que tú escuchas mientras cocinas y lo que necesita ser en vivo para suceder, y esto marca una gran diferencia en este momento.

– ¿Cuáles consideras que son las principales problemáticas que enfrentará la comunidad de músicos independientes en esta situación inédita en el mundo? ¿Cómo resolverlas? ¿Cómo abordarlas?

Los modelos y paradigmas con los que estuvimos manejándonos, la pandemia los vino a tirar. Justo hoy estaba viendo imágenes de un festival en Europa donde la gente está sentada en unas islitas de 4 en 4, súper triste. A mí me da gusto que esta situación sacuda esos modelos, me parecían muy caducos. Está por salir un ensayo que ganó un concurso en la UNAM que se llama La necesidad de una pausa, en donde justamente critico todo esto. Los esquemas con los que se han manejado los festivales, cuando menos en México en los últimos 5 u 8 años, de los food courts masivos de productos musicales y de patrocinadores, donde toda la música se está mezclando y sucediendo al mismo tiempo y donde pasas de un escenario a otro. Al final te queda la sensación de los food courts de los centros comerciales donde todo huele igual: la comida china, la mexicana, la griega, la japonesa. Y a fin de cuentas, lo que comas, sabe igual. La anulación desde la percepción y los sentidos siempre la he sentido muy nociva.

Ese tipo de festivales masivos han tirado muchas iniciativas curatoriales que tuvimos durante varios años. Es decir, la idea de la curaduría donde tienes tres artistas, que sucede en un espacio donde estás sentado de acuerdo a las necesidades musicales, acústicas, escénicas, artísticas y donde las cosas confluyen en una extensión mucho mayor para poder ser disfrutadas, asimiladas y entendidas en su totalidad. Pero presentar 48 artistas en una noche me parece aberrante y responde mucho a cómo se maneja la música actualmente, a la masificación. Ves el cartel y están todos los que te gustan, aunque sucedan al mismo tiempo, pero están todos, como en Spotify, ‘quiero todos los artistas’ y ahí están, hay millones de canciones y miles de artistas. La necesidad de convertir la música en mercancía y consumirla de tal forma creo que era muy nocivo y, cuando menos a lo que refiere a la gestión de eventos, esto sí cambió totalmente el paradigma de cómo va a funcionar.

Todo esto me ha dado muchas ideas de qué es lo que yo quería, hacia dónde puede ir, qué soluciones puede haber de acuerdo a las circunstancias sociales, sanitarias, etc., y cómo podemos abordar este tema que, como toda crisis, puede verse como un obstáculo o como el comienzo de una edificación. Yo trato de verlo como aprendizaje, desde haber tenido la enfermedad, hasta la cancelación de muchísimos proyectos que ya llegan hasta marzo y que es un mundo para quienes tenemos familias y responsabilidades.

– Al ser la música un agente que históricamente fortalece vínculos e identidad comunitaria -y cuyo lugar natural es el espacio público donde se lleva a cabo la escucha colectiva-, al cancelarse ese espacio por el confinamiento, desde tu perspectiva ¿Qué implicaciones tiene para la comunidad en su conjunto?

Tendría que haber una reorganización de la comunidad y una reconfiguración de nuestro concepto de la misma. En la transición de Napster a Spotify, la música fue emancipándose del disco como el artefacto último del artista. Durante mucho tiempo, el artista hacía una música, la grababa, la convertía en un producto y ese producto, de acuerdo a la disquera a la que estuviera o a cierta difusión, le permitía hacer conciertos. Y sigue siendo así para artistas que son muy populares o con música que tiene alcance de públicos muy amplios, pero a los músicos que no estamos dentro de ese esquema las cosas se nos han ido modificando muchísimo.

Ahora se evidenció que no podemos volver a los esquemas anteriores o estar en una zona intermedia como estuvimos mucho tiempo, sino que tenemos que encontrar maneras diferentes de fortalecernos como comunidad, no como los músicos separados del público con las disqueras y los festivales como intermediarios, sino ya como comunidad.

– ¿Como creador qué papel juega la tecnología en el confinamiento? ¿Se reduce a hacer streaming en vivo? ¿No es momento de repensar la tecnología como un elemento estético en el trabajo artístico para generar una experiencia y vínculo con el escucha acorde a la situación y el medio digital, y no solo como herramienta de difusión “en vivo”?

El streaming me parece de las experiencias más tristes que hay para todo el mundo. Siempre he sido de la idea de que esta música en particular es mejor no hacerla a hacerla mal. Cuando alguien se acerca por primera vez a esta música y tú le ofreces una experiencia pobre, deficiente, precaria, no emotiva, esa gente no se va a volver a acercar, y en lugar de ganar algo, perdiste. Hacer cosas de manera deficiente donde le conectas la salida de tu amplificador a la computadora y te pones a improvisar frente a la camarita, acaba por demeritar este tipo de música en lo particular. Nosotros pudimos hacer conciertos con una bocina chafa y en un hoyo en el Centro durante muchos años porque durante un tiempo se “permitía”, había cierta magia en lo performativo, en la novedad, pero también esas cosas se agotan muy rápido.

En la escena del noise y la improvisación libre, por ejemplo, hay gente que lo sigue haciendo como si no hubiera pasado el tiempo y se vuelve muy pesado estar, otra vez, con el concierto mal organizado, con el audio súper deficiente, con los artistas sin ninguna presencia escénica, sin ninguna propuesta, haciendo ruido en un onanismo narcisista. Y quien quiera seguirlo haciendo que lo haga, pero justamente es el tipo de pensamiento comunitario al que yo me refiero. Además, el público ya está agotadísimo, porque la gente no solo está pegada a la pantalla para disfrutar de la música o del arte, sino que también está trabajando en la pantalla, o sea, después de cuatro horas de Zoom ponlo a ver otro video, es demasiado

A mí, todo esto me ha acentuado mucho pensar en el público y en su experiencia, bajarse un poco del ego de que lo que hacemos es importante. Puede ser importante quizás en ciertos niveles, pero el público sí necesita que se genere comunidad, que se compartan las cosas, que queden claras y que la experiencia sea fuerte.

Yo aceptaría que como músicos es un muy buen momento para adquirir capacidades y recursos audiovisuales para hacer productos de calidad. Si vas a hacer una transmisión en vivo pregúntate si es importante que sea en vivo. Últimamente qué mas da si lo que estás viendo es grabado o no, esa pregunta siempre me la he hecho. Esa aura que sucede cuando las cosas son en vivo, como el teatro o un concierto, a fin de cuentas, si está puesto en una pantalla bidimensional, imagen en movimiento, sucede igual que el cine, y el cine por eso tiene ese nivel de producción, porque se requiere de otro tipo de magia para que la gente se sienta cautivada, atraída y se vea reflejada en la pantalla. Eso me parece súper importante.

– ¿Qué vínculos con el escucha podrían generarse a partir de ello? ¿Consideras que a través de la tecnología se podría generar un vínculo tan fuerte con el escucha como lo hace la música en vivo?

No lo sé. Si te soy muy sincero he aprovechado este tiempo para aislarme. Para sí pensar en la comunidad, en muchas relaciones, formas de ser o de actuar que ya no me gustaban, pero no entendía por qué. Por otro lado, no he visto nada que esté abriendo un paradigma diferente. Un Webinar, un Zoom, un concierto en streaming, el estreno de un video, no sé qué tanto genere comunidad, ni relaciones ni interacción.

Mi propuesta como una estrategia para salir de esto y generar nuevas relaciones es, de entrada, salirse de la ciudad. Las ciudades tienen sus días contados. Una próxima pandemia va a hacer una ciudad menos interesante, por no decir que un lugar con más riesgos y más peligros. Todo lo que hace a una ciudad interesante, su vida social, la congregación de eventos culturales, de ideas, de pensamiento, de espacios para compartir, con estas cosas se van. Realmente sí siento que el futuro es rural.

He pensado muchísimo que una de las maneras más interesantes de poder acercar esto es generar eventos con poca gente, un poco como siempre lo hemos hecho, pero ya asumiéndolo. Congregaciones al aire libre casi ceremoniales donde la música sea parte de un tejido comunitario en el que no solo se comparta música, sino más cosas. Volver a la función primaria que tuvo la música durante muchos años. Y es ahí donde estoy apuntando todos mis próximos proyectos gestoriales, musicales y artísticos.

– ¿Qué opinas de la gran cantidad de contenidos gratis online que se están liberando tanto de grandes consorcios -como el Festival de Montreux- hasta los artistas independientes desde sus casas? ¿Qué pros y contras le ves a esto?

Yo le veo todos los contras. Pero como le he visto todos los contras a que Youtube haya logrado que uno subiera su música con el pretexto de mil cosas y que Spotify haga lo que hace. Todo ha estado mal en torno a la música desde hace mucho tiempo. Mal porque hemos estado bajo un mismo paradigma de lo que es la música y de cómo tiene que vivir el músico.

Mal porque para un músico que depende de sus discos, pues se lo chingaron, y sigue habiendo músicos que imprimen cds. Y sí, se enojan porque Spotify paga solo el cero punto quién sabe qué por reproducción, y sale el CEO de Spotify a decir que se pongan a hacer más discos. O sea, lleva estando muy mal en términos mercantiles de oferta y demanda todo lo que sucede con los músicos, pero justamente el músico debe encontrar cuál es su comunidad, qué le interesa hacer, cómo puede sobrevivir.

Yo llevo un rato muy emancipado en la manera en cómo obtengo mis ingresos. He tenido que ampliarme, hacer proyectos en museos, arte sonoro, musicalizar películas, organizar festivales, escribir ensayos, dar clases para poder sobrevivir.

Veo a muchos colegas músicos, gente del jazz que le iba muy bien tocando con un artista pop, su ensamble y grabaciones, y que ahorita de plano no la están armando. Los ves desesperados. Y es que también ese modelo de músico, o sea, hay que renovarse o morir. Saber improvisar y saber armonía o saber tocar unas rolas y con una banda, me sorprende que haya podido ser suficiente para alguien. El músico de orquesta también igual, súper perezoso, nada más esperando su próximo ensayo y su próximo hueso para sacar el asunto, también siempre me ha parecido limitado. Creo que el músico es mucho más amplio que eso

Siento que el músico debería tener una mayor amplitud intelectual y artística como para poder, desde sobrevivir, hasta para tener un rango expresivo mucho más amplio. Y esto implica más aptitudes, más conocimientos, más margen de acción, todo eso me parece esencial.

– ¿Cuáles consideras que sean las lecciones que habría que tomar de esta crisis?

Creo que entender esta idea de que la normalidad no estaba bien, es muy importante. Como artistas, como partes de una comunidad creo que esto nos ha puesto en una posición en la que tenemos que reinventar el futuro. Todo lo que llevamos hablando son problemas que ya existían. Esto lo único que ha hecho es evidenciarlos o darles el tiro de gracia. Creo que lo que podemos aprender de aquí es que no podemos volver a esas maneras de crear, de presentar las cosas, de asistir, de consumir, no iban para ningún lado, estaban muertas o se fueron muriendo. Todos los paradigmas del artista, el gestor, el festival, el crítico, siento que ya estaban en sus últimas y de eso se beneficiaban cada vez los menos.

La precariedad a la que se empezó a llegar con las músicas creativas -no solo free jazz, experimental o contemporánea, o sea, músicas creativas es gente que hace música no referencial o un género predeterminado, gente que exalte la individualidad y tenga un nivel de riesgo en su propuesta-, cada vez nos marginaba más del sistema. Entonces sería un buen momento para no regresar a la normalidad, sino a un nuevo orden, tratar de organizarnos de una manera diferente para poder hacer las cosas mejor.

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