Parece que la pregunta no la esperaba. No la vio venir.
– ¿Cuáles han sido las consecuencias de ser tan libre en tu trabajo?
Primero ríe sonoramente. Después, toma aire. Se pone seria. Reflexiona unos segundos su respuesta.
Tengo frente mí, en videollamada, a Paula Shocron, reconocida pianista, compositora, improvisadora, perfomer y docente nacida en Rosario, Argentina, en 1980, y quien hasta ahora cuenta con alrededor de 30 grabaciones como líder y en diversas colaboraciones. A Paula le han puesto el mote de jazzista, y si bien hizo una brillante carrera en la que cosechó diversos premios y sobresalientes críticas en el género, hace mucho que lo trascendió. A Paula, hoy en día, lo que le interesa, es el sonido, el cuerpo y, ante todo, no ponerse límites.
“Creo que no es que sean las consecuencias -responde serena-. Creo que hay un sistema que nos abarca, hace distinciones y a veces corre un poco de lado. Cuando yo estaba grabando discos de jazz tradicional tenía más conciertos, había un determinado público que me seguía, y eso se volvió un círculo cerrado también. Entonces, en su momento, sentí como una crisis el haberme movido de ese lugar y sentir que todo eso se desvaneció. De hecho, me han llegado mensajes de “¿Paula, cuándo vas a volver a ser quien eras?”. Mensajes así que son fuertes porque es como decir, “¡¿cuándo vas a volver a tener veinte años de nuevo?!” Es imposible, no puedo, aunque quisiera. Hay algo que no puedo sacrificar y es ser sincera conmigo, no creerme algo que no soy”.
Pero lo curioso es que Paula no ha cambiado. Me cuenta que, desde niña, la improvisación y su interés en descubrir qué hay más allá de lo que conoce forma parte de su naturaleza. Para ella, la música sigue siendo un juego y los cambios que para muchos podrían ser radicales en su carrera -al punto de preguntarle “cuándo volverá a ser la de antes”-, solo responden a ese estímulo primario.
“Hay algo que tiene que ver con el lenguaje más libre que está latiendo desde muy pequeña. Siento que cada paso que se fue dando a lo largo de mi vida y de mi vida musical tuvo que ver con ir abriendo más el campo de las posibilidades, algo más expansivo. Y un poco haber empezado a tocar el piano y estar en contacto con la música desde muy chiquita, había algo ya de base que tocar era jugar, como lo es esta palabra en otros idiomas y que en castellano es tocar”, señala.
El trascender estilos ha sido para la compositora consecuencia de buscar abrirse como artista cuando siente que empieza a repetir patrones. Pasó de la música clásica al jazz como una forma de encontrar libertad a la estructura de la música académica. Sin embargo, después de un tiempo, le sucedió lo mismo en el jazz: el estilo se convirtió para ella en un círculo donde, de nuevo, sentía que se le cerraban las posibilidades sonoras.
“Lo que en un momento me había servido para salir de ese lugar más estructurado, se me volvió a estructurar. Y los lenguajes más libres también en algún momento se empezaron a cerrar. Como tocaba música Ornette Coleman o John Coltrane en los 60, era un movimiento de revolución y libertad para ese momento, para esos músicos. Pero si alguien toca como ellos ahora, eso no es un movimiento de libertad, ni de abrir, ni de nada, es simplemente copiar un lenguaje. Entonces, me pasaba lo mismo todo el tiempo”, relata.
Esa reflexión en torno a los géneros musicales es clave para comprender el camino y trabajo actual de Paula. “Algo empezó a moverse en relación a los lugares, a los estilos, instrumentaciones y a que yo paralelamente siempre tuve un laburo del cuerpo. Y eso se fue infiltrando cada vez más, como una necesidad de volver escénico el hecho de tocar, entrar en otro tipo de trama. Yo creo que ese camino medio expansivo también tiene que ver con una naturaleza, y creo que no todas las personas la tenemos. Hay personas que se quedan en un lugar, lo ensanchan, lo brillan por toda su vida y son increíbles en eso. En mi caso, hay algo que todo el tiempo necesita estar moviéndose”, explica.
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Desde niña, Paula tuvo una relación muy estrecha con su cuerpo. Actividades como la danza, diversas técnicas corporales, hasta las artes marciales como parte de una investigación a raíz de una fatiga muscular que la alejó del piano por un año durante su adolescencia, han formado parte de su vida. Sin embargo, la música y su quehacer con el cuerpo habían sido durante un tiempo dos mundos ajenos.
“No es que la rama principal fuera la música y esto [el cuerpo] vino a meterse, sino que eran dos caminos paralelos que en un momento se empezaron a atraer y a juntar, pero más desde un entramado, no tanto desde “esto más esto”. Hay algo también de que el cuerpo te está mostrando la música y, a la vez, el sonido es movimiento. Como un todo medio inseparable o, por lo menos, yo lo vivo así”, relata.
Pero Shocron no solo ha estado inmersa en la actividad del cuerpo de manera individual, también ha estado enfocada en ofrecer talleres para investigar, compartir experiencias y continuar descubriendo las posibilidades corporales en relación con la música. Proyecto IMUDA, en el que trabajó de 2010 a 2017 con bailarines para cruzar mundos artísticos, y El cuerpo rítmico, su actual taller, son ejemplo de ello. “La idea es meternos un poco a trabajar desde un lugar más sensorial, más sensible; el ritmo desde todas las posibilidades y los planos. Un poco el foco del taller es este lugar no tan binario, donde está todo en relación a todo”, me cuenta.
– Además de dar los talleres eres docente en el Conservatorio Manuel de Falla desde 2006, ¿cómo convive y cómo transmites tu punto de vista tan personal en un espacio formal y hasta cierto punto rígido como puede ser la academia?
En un momento fue un lugar de mucho conflicto porque yo sentía que tenía que responder a ciertas cosas que se veían y que estaban ahí disponibles para lo académico y que yo no las comparto ni las compartía en su momento. Pero empecé a ver más importante el hecho de tener una voz que quizá fuera un poco más disidente. Y desde hace unos años el espacio de la docencia en el conservatorio y fuera de él es para mí un espacio de muchísimo aprendizaje e investigación. Siento que el rol docente tiene que ver más, no con enseñar, sino con compartir y preguntarnos todas juntas. Poder disparar esa posibilidad de estar todo el tiempo cuestionando. No ser una especie de eslabón que lo único que hace es pasar información, y creo que estamos en un momento así en general. Me siento con cierta responsabilidad de hacer una frenada para preguntarnos qué, cómo, esto así pasaba hace 80 años, ahora, cómo te atraviesa eso a vos, cómo lo traducís al hoy. Yo miro desde ese lugar más crítico, me pregunto qué tengo o qué tiene cada une para decir acerca de lo que hace, cuál es la voz de cada persona. Poder desarrollar eso a lo largo de tu vida como artista me parece algo fundamental.
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En la discografía de Paula más ligada a su vena experimental -la cual está disponible en su mayoría en el sello Nendo Dango Records fundado por el baterista Pablo Díaz, el saxofonista Miguel Crozzoli y por ella- sobresalen colaboraciones con importantes improvisadores de la escena neoyorquina, como el contrabajista William Parker (con quien publicará su tercer disco a trío junto al baterista Pablo Díaz en el sello Astral Spirits, en 2021), el saxofonista Daniel Carter, el trompetista Matt Lavelle, entre otros. Sin embargo, hay un álbum fuera del sello que llama especialmente la atención por la luz que pone sobre los movimientos de vanguardia de los años sesenta y setenta en Latinoamérica: Diálogos (FSR, 2019), en colaboración con el compositor argentino radicado en Nueva York, Guillermo Gregorio.
Quizá por su nomadismo y pocas y dispersas grabaciones -pero con un destacado trabajo en el circuito de la improvisación de distintas ciudades y documentado en sellos como Atavistic y HatOLOGY-, Guillermo Gregorio es una figura prácticamente desconocida y difícil de ubicar. Nacido en 1941, en Buenos Aires, Gregorio, de formación Arquitecto, participó en diversos movimientos artísticos de avanzada en su ciudad, además de cofundar Movimiento Música Más, que buscaba el diálogo de la música con otras artes y la realización de happennings y performances en el espacio público.
“Lo conocimos de casualidad -relata Paula-. En uno de los viajes a Nueva York con Pablo [Díaz] tuvimos un concierto en una casa en Brooklyn con Ken Filliano y Matt Lavelle y había un dúo que era de un contrabajista con Guillermo Gregorio, y nos quedamos charlando porque éramos las tres personas que hablábamos castellano. Quedamos en muy buen trato y fue en nuestro segundo viaje que nos juntamos a tocar. A todo esto, ya habíamos investigado de toda la movida que había hecho en Argentina: había estado en unos movimientos artísticos de vanguardia, como el Fluxus, enseñó Arte y también compuso obras gráficas que son alucinantes. La cuestión es que lo empezamos a conocer. Nos invitó a su casa, nos mostró un montón de partituras y quedamos muy impresionados de la cantidad de música y de trabajos que hizo. Fue algo también transgeneracional que se dio, y dijimos ‘tenemos que hacer algo con él’, porque también sentimos que fue muy olvidado en Argentina. Prácticamente no se le conoce. Después, Luis Conde, amigo nuestro, hizo un homenaje a Música Más y entraron en contacto con Guillermo. Grabamos, tocamos y terminamos yendo a un festival. Tuvimos muchos conciertos y nos hicimos muy buenos amigos”.
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– Tu carrera ha estado marcada por una evolución permanente. Pero como persona, ¿cómo has cambiado desde que llegaste al circuito, con tu primer disco en 2005, hasta el día de hoy que se nota una mayor participación de mujeres jóvenes en el jazz y la improvisación abriendo y reclamando más espacios?
Mucho. Hoy es un apoyo colectivo que antes no tenía y también estaba en medio de una realidad muy distinta. Tuve que hacer un cambio en la cabeza y sigo todavía haciendo una transformación, porque yo pertenezco a una generación muy masculina y quienes están a full en la revolución de todo lo que está pasando hace muy poco tiempo son pibas de veintitantos años. Entonces, yo estoy atrás de eso, soy de una generación que tuvo que hacer mucho esfuerzo para correrse a ese lugar.
Cuando entré al mundo del jazz yo tenía todas las herramientas de un sistema súper patriarcal, iba por ese lugar súper masculino a la música. Y creo que esto que me empezó a pasar en relación a los géneros musicales, en relación al cuerpo -porque el cuerpo tiene una dinámica que hay algo de la energía femenina que se mete a través del cuerpo, la masculina es más como tosca, no sé como decirlo-, empezó a potenciar algo que estaba ahí súper latente, y también mucho el laburo personal. Hoy me siento muy acompañada y siento que podemos generar cosas mucho más en red, a la vez que nos estamos topando todo el tiempo con estos casi fantasmas, aunque están vivos, de todas estas cosas más viejas, un poco que ya están obsoletas o casi obsoletas.
Yo siempre vi la escena del jazz que me dio la bienvenida muy masculina y muy elitista. Creo que hoy se están abriendo muchas más vetas y también está ese lugar que todavía intenta quedar dentro del sistema en relación a todo esto súper masculino. Creo que van a pasar un par de generaciones y eso va a ser ya como algo antiguo, si es que no lo es ya un poco. Pero la verdad que ahora estoy muy aliviada, porque todo eso que yo bancaba y que no era muy consciente, hacía su efecto. Entonces, en el momento que te das cuenta, empezás a decir que no y a cuestionar un montón de cosas, pero es un trabajo generacional que no todo el mundo hace.
– Leí, incluso, que le pediste a Ernesto Jodos que en las notas de tu primer disco La voz que te lleva (2005) no acentuara el hecho de que eras mujer…
Sí, qué loco, no me acuerdo de eso, pero tengo muchísimas anécdotas al respecto. Esa cosa de ver despectivo y de sorprenderse porque “tocaba como un hombre” y que te lo digan como un cumplido. Había mucha humillación en torno a las mujeres, un poco correrlas de lado. Yo no estaba sola, había otras mujeres, pero sentía que a veces había un ambiente tan hostil que no invitaba para nada. Yo creo que con la que más nos sostuvimos en ese momento fue con Ada Rave; ella, de hecho, es un poco más grande que yo y, en ese momento, era una de las pocas mujeres en la escena y me dio la bienvenida. Hoy somos grandes amigas y agradecemos mucho haber estado juntas en ese momento y poder mirar en retrospectiva todo eso.
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En el video se aprecian diversos instrumentos en lo que parece ser un estudio de grabación: un piano, un chelo y algunas percusiones. Sobre el suelo están dispuestas tarjetas con palabras escritas a mano: confiar, explorar, decidir…contemplar. Es como una pequeña sala de juegos con distintos estímulos sonoros y visuales. Y allí está Paula. En medio de todo ello buscando los matices de cada instrumento, pero no de una manera convencional, sino de exploración del objeto en sí mismo. Cómo desparecer se llama su obra más reciente, aún en proceso.
“Un poco el ejercicio es como dejar lugar a que los objetos suenen por sí mismos. Como cuánto yo afecto un instrumento si quiero que suene de alguna manera, entonces, es un poco metafórico porque yo lo estoy haciendo sonar, pero también es como meterme un poco más en estado de pasividad, más de escucha, más de ver qué me devuelve este objeto y, si querés dar la vuelta, llegar otra vez al círculo en el momento donde yo jugaba; pero, a la vez, de la espera y de la escucha. No sé, hay algo como inicial de que si yo quiero que un proceso se inicie, primero tengo que vaciarme, como esa cosa de no estar tan afectando todo lo que sucede. Ese es el trasfondo de estos primeros ejercicios”.
– ¿En qué momento te encuentras ahora con la improvisación?
Creo que estoy llegando a un lugar muy profundo del sonido en sí. Aparece una sensación de meterme por un zoom al sonido mismo y empezar a investigar ahí los matices, las posibilidades, la interpolación de estados, desde palabras, metáforas, imágenes. Ya no es solo el cuerpo, sino que empiezan a dialogar otras áreas. También cosas muy cotidianas. La pandemia disparó muchísimos estímulos, algunos de una connotación muy linda y otros muy obscuros y muy angustiantes. Eso también se vuelve como muy en relación. Y un poco estoy permitiendo una cierta permeabilidad en ese campo más de lo sonoro en relación a las cosas que pasan en el resto de la cotidianidad o de las experiencias. Siento que hoy es muy fuerte ese lugar.
– Observar tu trabajo en retrospectiva es darse cuenta de que cada periodo musical que has atravesado ha sido más un medio para expandir tu mundo que un fin en sí mismo…
Exacto, son como stops. Yo no sé ni siquiera a dónde estoy yendo. No sé quién lo sabe, pero yo no lo quiero saber tampoco. Quiero que cada lugar me vaya haciendo decidir cosas y ver qué me muestra esa decisión, qué camino abre esa decisión.