Klezmerson, el sonido glocal

Benjamín Schwartz desmenuza el sonido de Klezmerson y cómo fue que llegó a los oídos de John Zorn.

Por Zazil Collins

Somos capas de piel, genes, narraciones corporales e históricas, unas más reconocibles que otras, que guardan el hilo común de la migración. El concepto de música glocal —global con influencias locales— revira las generalidades que la industria impone a las músicas creativas y llamadas World Music (encasillar en un género tanta memoria es una salida fácil). Y lo revira porque nuestro contexto hoy es un collage e hibridación que excluye, bordea, asimila y mezcla raíces sonoras infinitas, tal como lo hace la corriente encabezada por John Zorn: Radical Jewish Music que inspiró la creación del proyecto Klezmerson que desde su nacimiento se ha enfrentado al prejuicio de la World Music, porque “no es World Music, pero realmente es un grupo mexicano que, cuando nos colocan en las tiendas de discos, no saben en dónde ubicarnos”, cuenta Benjamín Schwartz, director musical de la agrupación y que desde luego participa como violinista, pianista y compositor.

A lo largo de cuatro producciones —Klezmerson (2005), Klezmerol (2008), Siete (2011), Amon: Book of Angels, vol. 24 (2015)—, la ironía es el toque distintivo de Klezmerson, no sólo como el humor que se permea por ritmos como el son, la cumbia y el mambo, sino también cuando se desfasan los diversos movimientos sonoros y emotivos por la instrumentación de la banda, ya sea porque en medio de guitarras distorsionadas, viola, flauta, clarinete, piano y saxofones pueden escucharse requintos y jaranas, o porque un mambo represente la confusión del ángel Abachta.

Klezmerson tiene progresión, desde luego klezmer —música tradicional de los pueblos judíos de Europa del Este— y elementos tradicionales mexicanos, con métricas diferentes y cambiantes, que en su momento embelesaron a Cyro Baptista (otro ejecutante de la ironía musical), quien le llevó al compositor neoyorkino y dueño del sello Tzadik Records, John Zorn —de origen judío, como Schwartz— el disco que la banda publicó en 2008: Klezmerol, una suerte de homenaje a la abuela de Schwartz “que hacía pastelitos de piña y tenía unas frases muy simpáticas”, según me relató hace algunos años Benjamín. Cabe aclarar que de esos pastelitos de piña —que dan título a una de las canciones más maraqueras de Klezmerson— y frases simpáticas se nutrió la sonrisa e ingenio de este músico nacido en la ciudad de México, ciudad capital que refleja en sus barrios los sonidos multi e interculturales que ha acogido a lo largo de su fundación.

Bien, Zorn, un emblema de la música del siglo XXI, decidió invitar a Klezmerson a ser parte de su mundo. “Es chistoso, el grupo lo formé hace casi 11 años porque escuchaba los discos de Masada y me encantaba la visión de Zorn de la música judía, era una reinterpretación nueva y fresca, y dije: “Esto es lo que yo quiero hacer”… y grabé el primer disco y lo envié a muchas personas reconocidas, sin esperar respuesta. Una de ellas fue Zorn, y él sí me respondió: “Muchas gracias por enviármelo, lo disfruté mucho”, pero ahí quedó. Y el segundo disco se lo di a Cyro Baptista, quien sin decirme nada se lo mostró a Zorn, y ahí él se contactó de nuevo conmigo y me invitó a hacer un disco con Tzadik Records: ¡la cumbre del momento Klezmerson!”

Así Klezmerson publicó Siete (único disco con piezas vocales), una producción tras la cual Schwartz sintió que había topado con el límite del proyecto. Sin embargo, coincidió que en la visita de Zorn al festival Bestia (México, 2013) éste le pidió participar con él en un cabalístico Book of Angels —un pretexto para hacer un disco propio con melodías de Zorn, en palabras de Schwartz—, lo que refrescó toda su visión sobre el conjunto. “[Zorn] me mandó 12 piezas y me dijo: “escoge las que se te antojen y las que no te gusten, te las cambio; confío en ti, haz lo que quieras, las puedes voltear, cortar, pegar, no me importa”, y cuando me senté a calarlas en el piano no me gustaba ninguna… ¿Cómo le digo que me las cambie todas? No, el que está mal aquí soy yo —dije—, tengo que revisar bien qué es lo que han hecho otros músicos…y fue un ejercicio intenso porque me sacó de todo lugar común y cómodo, yo que me había estacionado en un sonido que nos gusta, pero me moví y obtuve otro ángulo. Son métricas difíciles de ensamblar, cosas a las que no estamos acostumbrados a tocar y estoy sumamente agradecido porque me reavivó y re-estarteó mi visión de Klezmerson y ahora tengo ganas de continuar”.

Tras diez discos grabados para el proyecto Masada, Zorn escribió en 2004 alrededor de 300 0 350 piezas en un par de meses, refiere Schwartz; la particularidad es que cada pieza nunca antes fue interpretada. “Las escribió y se las da a músicos para que las interpretan como lo entiendan y no son repetidas (se han repetido 4 en 25 volúmenes), me tocó repetir una”.

Estas nuevas piezas conforman una suerte de cancionero: The Book of Angels, llamado así porque cada una lleva el nombre de un ángel judeo-cristiano. Schwartz no lo tuvo fácil con antecesores como Pat Metheny, Marc Ribot, Uri Caine o Baptista, pero su decisión de experimentar con la música de Zorn desde su mexicanidad fue genial.

Klezmerson es chilango; la mexicanidad de Schwartz —igual de monstruoso que los predecesores citados— es la música judía-mexicana, sonera (pues ha estado involucrado desde hace años con el son jarocho y huasteco a través de grabaciones de campo; recordemos el tema “Jarochn Tantz”), y también el mambo. “[Para Book of Angels] busqué a Osiris Ramsés Caballero León, que se ha dedicado a viajar por todos los pueblos de la Huasteca y a rescatar a los viejos que tocan el son de forma única, y empezamos a grabar jaranas y violines…es una combinación, no me gusta la palabra fusión, interesante… Después sumé elementos, como a dos integrantes de la Orquesta de Pérez Prado; no quería encasillarme en sones porque la música mexicana tiene muchísimos matices y lugares y lo que a mí me influyó muchísimo fue el mambo. He escuchado el mambo toda la vida, así que incluir a integrantes de la Orquesta de Pérez Prado era lo mejor. Y estuvo chistoso porque a veces en medio del mambo se metían requintos jarochos que no tienen nada que ver, pero ya estaba yo destrampado”.

Preservar la memoria es otra de las inquietudes de Schwartz, por ello decidió escribir las partituras con detalle; en principio para que los músicos de Klezmerson no tuvieran ninguna duda al tocar, pero también para tener un mapa arquitectónico de Amon: Book of Angels, vol. 24, una fantasía que pudo volver realidad.

El videasta Fernando Llanos le propuso diseñar el libro al estilo de las partituras viejas que venden en La Lagunilla (barrio del Centro Histórico de la ciudad de México). Amon (Ediciones necias, 2015), como se titula, con prólogo del compositor Juan Cristóbal Cerrillo, puede adquirirse a través de las redes sociales de Klezmerson y en sus presentaciones en vivo.

El sentido del klezmer es la diversión y nos queda claro que este México necesita más prescripciones de klezmerol —unas pastillitas que curan reumas, se rumora— para paliar nuestros malestares y contonear las caderas. Y si les atrae la cábala chilanga, qué ad hoc: Klezmerson será su camino, verdad y vida.

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