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Dora Juárez Kiczkovsky, la voz a través de la música y el cine

La música y el cine, las dos pasiones de Dora Juárez, que la llevaron a compartir su sensibilidad vocal con John Zorn y Werner Herzog.

Por Rodrigo R. Herrera

Como pocas personas no sólo en México sino en el mundo entero, Dora Juárez Kiczkovsky es una polifacética artista que a lo largo de casi quince años se ha dedicado a explorar, desde distintas aristas, la voz humana y los misterios que la rodean. Ya sea encima de un escenario como cantante o detrás de una cámara como cineasta, su trabajo siempre ha estado marcado por la diversidad de sus orígenes que se bifurcan por países tan distantes entre sí como lo son Polonia, Israel, Argentina o México.

El canto como primer amor

Le pido a Dora que me explique cómo fue que descubrió los alcances de su voz y ella, mientras mentalmente viaja en el tiempo y bebe un té caliente, me responde que desde que tiene memoria una de sus principales pasiones fue el canto, lo cual en algunas ocasiones le trajo problemas porque las personas que se encontraban a su alrededor terminaban aturdidas.

Años más tarde, cuando llegó el momento de tener que elegir una carrera, dudó entre sus dos amores: el canto y el cine, pero en una muestra de valentía, optó por ambas y de manera simultánea estudió en la Escuela Superior de Música y en el Centro de Capacitación Cinematográfica. Nadie dijo que concretar los sueños era algo fácil y ella mejor que nadie lo sabe. Al final, después de grandes esfuerzos, concluyó de manera satisfactoria ambas carreras profesionales.

Retratar la realidad

Nos encontramos en una cafetería del barrio de Coyoacán, espacio perdido en el tiempo que te transporta a otras épocas; los árboles frondosos y las calles empedradas son el paisaje visual de esta zona ubicada al sur de la ahora ciudad de México. Mientras Dora sumerge una cuchara en su bebida e intenta enfriarla, ahonda en su pasión por el séptimo arte. Me habla acerca de sus cineastas favoritos y los primeros nombres que menciona son Ingmar Bergman, Andréi Tarkovski, David Lynch y Werner Herzog. Todos clásicos y catalogados dentro del cine de arte, pero el nombre que más me atrae es el del alemán Herzog porque ella tuvo la oportunidad de colaborar con él algunos años atrás.

Dora hace un ejercicio de mental para recordar cómo sucedió el encuentro con el cineasta y después de unos segundos explica que todo se remonta al Festival de Cine de Morelia del 2003 en el que el germano fue uno de los invitados internacionales y, en una oportunidad, se acercó al cineasta europeo para entablar una pequeña conversación. A sabiendas de que era una oportunidad única, le preguntó a Werner si le interesaría grabar la voz en off de un cortometraje que ella había realizado. Aunque la respuesta no fue inmediata, unos meses después Herzog la contactó y aceptó la invitación. Desde entonces, surgió una amistad entre ambos y tiempo después volvieron a coincidir en Francia, pero ahora los papeles se invirtieron y Werner fue el que invitó a Dora para que grabara en video la música de la película The Wild Blue Yonder, un falso documental que combina la ficción con la realidad. En este caso, el papel de ella consistió en ir a grabar, cámara en mano, a diversos músicos en estudio. Recuerda que se trató de un ensamble vocal de sardos, el cantante senegalés Mola Syla y el chelista holandés Ernst Reijseger. “Una locura. Música extrema. Estuve en todas las sesiones de grabación con mi cámara y en un momento me dicen: ‘entra y canta’. Así que, temblando, entré a la cabina y canté junto con ellos; un fragmento del encuentro aparece en la película”.

En ese mismo camino se ha desempeñado la carrera como cineasta de Dora, siempre en el terreno del documental y en una exploración constante de la voz y la forma en que personas de diferentes países y credos la utilizan. “Como estudiante, hice tres cortometrajes, un mediometraje documental y mi tesis que fue un ensayo documental. Después de concluir la carrera hice un medio documental y una serie de documentales cortos acerca de la voz en México”.

El trabajo de tesis que menciona es Perpetum Mobile, en busca de una voz, y consistió en un ensayo documental reflexivo en el que viajó por distintos países para entrevistar a personajes que muestran las diferentes maneras de utilizar la voz. Los entrevistados van desde un maestro de canto sagrado de la India y un exponente de teatro experimental alternativo de Francia, hasta los campesinos cardenches con su canto polifónico a capella de México. La línea conductora del documental es la propia voz de Dora, quien concluye que la voz es una metáfora de la vida misma.

Por otra parte, la serie de documentales cortos que hace alusión se llamó Érase una voz, que consistió en pequeñas cápsulas que grabó alrededor de todo el país y en las que se adentró en el mundo de personas de las más diversas profesiones y estratos sociales. Fue una celebración a la diversidad de voces que existen en nuestro país y en las que es posible apreciar desde un peluquero hasta un pescador y todos, en algún momento, cantan una canción popular.

La música como tributo familiar

Si algo ha marcado la vida de Dora y prácticamente todo su árbol genealógico ha sido el exilio forzado. Sus abuelos son de Polonia pero tuvieron que abandonar al país europeo cuando empezó la Segunda Guerra Mundial. Por diversas razones su familia se trasladó a Argentina, pero debido a la dictadura militar de 1976, emigraron nuevamente y ahora fue México el país en el que aterrizaron, y ha sido aquí donde ella ha construido una carrera basada en la continua exploración.

El otro camino por el que Dora ha transitado durante ya casi quince años es el musical. Se dio a conocer con Muna Zul, trío vocal completado por Leika Mochán y Sandra Cuevas, que únicamente con sus voces son capaces de crear las más ricas y variadas melodías. Su álbum debut, publicado en el 2004, fue producido por el compositor y saxofonista neoyorquino John Zorn en su disquera Tzadik Records. El disco hizo historia por ser el primer lanzamiento de un conjunto mexicano en dicha compañía.

Fue de esta experiencia que, sin proponérselo, Dora conoció algunos temas que varios años más tarde integrarían su primer álbum solista, titulado Cantos Para Una Diáspora, editado en el 2013 también por Tzadik Records. El disco contiene 11 temas sefaraditas, música que proviene de los judíos que se establecieron en España varios siglos atrás y que fueron fuertemente influidos por la cultura árabe, pero ahora arreglados y revisitados de manera contemporánea. La mayoría de las composiciones llegaron a Dora desde su infancia por sus raíces judías, pero hubo algunas que descubrió durante el viaje que realizó a Nueva York junto a Muna Zul para grabar el álbum antes mencionado del trío. En la ciudad estadounidense, Zorn las mandó a los archivos del centro hebraico y fue ahí donde encontró las partituras de algunas piezas que le llamaron la atención y durante años las mantuvo guardadas.

Sin embargo, para la concepción de su disco en solitario fue indispensable la participación de dos músicos mexicanos que funcionaron como compañeros de tripulación en esta aventura sonora. Por una parte está Fernando Vigueras, quien se encarga de la guitarra, mientras que Francisco Bringas ejecuta las percusiones y coros. Ambos son músicos con probada experiencia dentro de la escena experimental mexicana e internacional y pueden tocar desde música clásica con gran virtuosismo hasta hacer improvisación libre.

A nivel personal, el 2015 será recordado por Dora como uno de los años más importantes de su vida porque nació su primer hijo. Las cosas no fueron fáciles en un inicio y debido a que padeció un embarazo de alto riesgo, tuvo que cancelar todos los compromisos musicales que tenía pautados; además, ella misma confiesa que durante varios meses no le surgieron las ganas de cantar. Como un monje tibetano, prefirió refugiarse en la calma del silencio. Pero todo esto cambió en cuanto dio a luz y pudo tener entre sus brazos a su primer retoño porque, como toda madre cariñosa, su primera reacción fue cantarle. De igual forma, ella misma afirma que este acontecimiento tan importante la transformó de una peculiar manera: “Desde que nació mi hijo, siento que cambió mi voz; ahora alcanzo tonos más graves y creo que la voz adquiere una nueva dimensión porque no es lo mismo cuando le cantas a otras personas, por más cercanas que sean, a cantarle a tu propio hijo”.

Antes de despedirnos le pregunto sobre su experiencia de incursionar tanto en el mundo de la música como en el cine y si tiene alguno predilecto, a lo que me responde que ambos polos representan puertas hacia nuevos mundos. “Música y cine son herramientas poderosas que pueden transformar por completo la experiencia de las personas. En el mejor de los casos, ambas pueden tocar un lugar tan profundo dentro de cada uno que logran detener el pensamiento y nos pueden hacer desaparecer por un momento. En ambas disciplinas el ritmo es una parte fundamental, pero a pesar de todo, creo que la música es el lenguaje madre de todos los lenguajes… el más esencial”.

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