Pía Hernández forma parte activa del circuito porteño de jazz. Su formación musical incluye la academia y clases particulares con destacados profesores tanto de jazz como de música clásica. Estudió en el Instituto Superior de Música Popular del SadeM y el Conservatorio Superior Manuel de Falla. Entre sus distintos maestros destacan Paula Shocron, Alan Zimmerman, Susana Kasakoff, Malena Levín, Juan Pablo Arredondo, Ernesto Jodos y Tony Malaby, entre muchos otros. Ha participado en diversas residencias de músicos internacionales como el clarinetista Louis Sclavis, el saxofonista Tim Berne y la pianista Marilyn Crispell, con quienes ofreció conciertos en La Usina del Arte y en el CCK.
Pía es integrante de numerosos grupos, entre los que se cuentan, el sexteto del contrabajista Julián Mekler, donde participó en la grabación de su primer disco, Invasión; el grupo femenino El Devenir del Río, con el cual grabó AMLA, su álbum debut, y próximo a publicar su segundo material; el quinteto del contrabajista Ignacio Szulga; y el trío del guitarrista Juan Pablo Arredondo. Asimismo, grabó los discos Animal Cerámico y Perder Planetas con el grupo internacional Nicotina es Primavera.
En 2019 publicó su primer material a su nombre, titulado Lilith, con un trío conformado por Ignacio Szulga en contrabajo y Nicolás del Águila en batería, y editado por el sello neoyorquino Irazu Records. Próximamente saldrá a la luz su segundo disco como líder de su quinteto.
– ¿Cómo has vivido el confinamiento? ¿Qué consecuencias te ha traído?
Honestamente no sufrí consecuencias económicas gracias a que mis alumnos y alumnas sostuvieron sus clases de manera online e inclusive se incrementaron. La mayor consecuencia, creo yo, es emocional. Extraño tocar en vivo, compartir y hacer música con otras personas. Extraño abrazar, besar y tocar a otras personas. Por lo demás, estoy muy estable. Soy muy afortunada de tener la familia y los amigos que tengo, con los cuales, estamos en permanente comunicación y el apoyo emocional es mutuo.
– ¿Qué papel consideras que tiene la música en esta crisis?
Creo que la música, como cualquier expresión artística, tuvo, tiene y tendrá la enorme responsabilidad de manifestar emociones, ideas, percepciones y posiciones políticas del ser humano de su época. Me resulta fundamental reconocer su poder de sintetizar estas emociones y el carácter o la energía del momento en que se crea. Además, me parece que para algunos, es una gran compañera a la hora de hacer cualquier actividad; para otros, es el motor de nuestras vidas y de cada día. Pero no me cabe duda de que es una “fotografía” de la época en la que vivimos, sobre todo, las composiciones originales y las que evaden las reglas del sistema de ventas y la música comercial.
– ¿Cuáles consideras que son los principales problemáticas que enfrentará la comunidad de músicos independientes en este situación inédita en el mundo? ¿Cómo resolverlas? ¿Cómo abordarlas?
Considero que el hecho de arriesgarse y hacer música original, creativa y honesta, de por sí, trae dificultades. El músico independiente constantemente lucha por sostener su economía (principalmente) y su “voz personal”, ya que las nuevas propuestas artísticas conllevan una resistencia por parte del mercado y el público en general. Y en este momento particular creo que como el músico independiente no cuenta con la popularidad de un Fito Páez, o Charlie García, o Vicentico, no puede generar una entrada de dinero importante haciendo un concierto online, con lo cual sospecho, o mejor, doy por hecho, que vamos a vernos afectados económicamente y emocionalmente (estrechamente ligado al problema económico).
No creo que la creatividad ni la inspiración se vea perjudicada, pero el hecho de compartirla con otros, ya sea con oyentes o compañeros de banda, va a ser mucho más difícil. No me creo capaz de proponer una solución al problema, confío en que las políticas de Estado deberían encargarse de ello, pero sí invito a que en este momento de introspección, como público y como artistas, busquemos ser más sinceros y más valientes a la hora de hacer arte o de consumirlo, y que rechacemos esa idea de que lo que se digiere fácil o que no nos genera incomodidad, es lo único que puede ser rentable y masivo.
– Al ser la música un agente que históricamente fortalece vínculos e identidad comunitaria y cuyo espacio natural es el espacio público donde se lleva a cabo la escucha colectiva, al cancelarse ese espacio por el confinamiento, desde tu perspectiva ¿qué implicaciones tiene para la comunidad en su conjunto?
Este momento me resulta crucial para ser curioso en el arte y la música. Las propuestas musicales que tienen lugar en los espacios con más renombre son, por lo general, de un género aceptado y conocido, una música que produzca goce, placer, “que haga mover el piecito”. Sin embargo, existen propuestas interesantísimas que no acceden a esos escenarios por ser “riesgosas” para el bar, club de jazz, etc. Por lo tanto, me resulta un momento ideal para investigar sobre otras músicas, otros lenguajes, otras propuestas. Lo popular, lo masivo, lo colectivo no siempre está ligado a la calidad, honestidad y vanguardia. La identidad comunitaria responde, por lo general, a lo que el sistema y el mercado quiere que accedamos y consumamos.
– ¿Como creador qué papel juega la tecnología en el confinamiento? ¿No es momento de repensar la tecnología como un elemento estético en el trabajo artístico para generar una experiencia y vínculo con el escucha acorde a la situación y el medio digital, y no solo como herramienta de difusión “en vivo”?
Siento que la música por streaming, Instragram, Youtube e inclusive discos, poco tienen que ver con la experiencia de un concierto “en carne y hueso”. Ninguna tiene menor valor, solo son diferentes. La tecnología es un medio, sobre todo hoy en día para estar conectados. Jamás reemplazará a lo físico, lo “real”, pero es un medio para acceder a propuestas artísticas de remotos lugares del mundo que de otra manera no podríamos conocer. Celebro las herramientas tecnológicas, pero lo poético y romántico de la escucha en vivo es irremplazable para mí. Desde luego, esta situación nos está forzando a involucrar a la tecnología en nuestra estética y nuestro ideal de sonido.
– ¿Qué opinas de la gran cantidad de contenidos gratis online que se están liberando tanto de grandes consorcios -como el Festival de Montreux- hasta los artistas independientes desde sus casas? ¿Qué pros y contras le ves a esto?
El acto de que todo el contenido sea gratuito no termina de convencerme. Con respecto a las clases o masterclasses, siento que la experiencia de tomar una clase privada y particular jamás se comparará a una clase masiva, pública y no enfocada a un alumno. Todos los que hemos tomado clases privadas sabemos el valor del tiempo y la energía que se invierte en esa situación por parte de los participantes: profesor-alumno. La información es accesible desde hace muchos años, pero la manera de adaptarlo y de vincularlo con el alumno es de persona a persona, de músico a músico, con el bagaje y ambiciones de cada uno. Por los conciertos gratuitos, me parece que cada músico debe tener su propia posición al respecto y actuar en consecuencia. La persona que cree que malgasta su dinero pagando una entrada a un concierto o aportando de manera online a una propuesta musical, probablemente no lo va a hacer ni en esta situación ni cuando volvamos a la “normalidad”.
– ¿Cuáles consideras que sean las lecciones que habría que tomar de esta crisis?
Creo que debemos fortalecer el vínculo entre dueños de bares o clubes de música y músicos. Deberíamos ser colegas, compañeros y tirar juntos para el mismo lado, con el mismo objetivo de beneficiarnos mutuamente. (Lo digo desde la perspectiva de mi país, sobre todo). Y si bien suena hippie y sin profundidad, les aseguro que me conmuevo al decir que necesitamos aprender a vivir la empatía, la solidaridad y el amor y respeto por el prójimo. Valorar el trabajo de cada sector del pueblo trabajador, de los artistas, artesanos, pensadores, trabajadores de la salud. Entender que esto no se sostiene si el otro desde su lugar no aporta lo que le corresponde. Las crisis, todas ellas, son una oportunidad para reestructurar lo que ya no funciona, crecer, mejorar, y conectarse con lo mejor de cada uno y del otro.