Hacer música y sonar es mi opción ahora. Si lo comparo con un acto improvisativo, siempre puedo hacer silencio (y como decisión musical, siempre será una buena opción), pero como decisión política, no puedo, siento que no debo.
Este momento resignifica varias cosas, por ejemplo: la interacción musical. Ya en tiempo real se puede hacer telemáticamente, eso sí, como habíamos dicho, en su mayoría de casos afectando la sincronía de pulso. ¿Cómo escuchamos la interacción entre músicos ahora? ¿será el hacer música una serie reglas y dogmas que buscan un “deber ser” específico por el cual vivimos condicionados? o ¿será básicamente la celebración de tocar juntos y ver que pasa en el momento con lo que haya? Espero que sea la segunda.
Y eso me lleva a preguntarme por la manera en que se enseña música: ¿cómo se puede enseñar un instrumento, una clase práctica, orquesta, ensambles de jazz, etc.? Hago parte de una facultad de música y estas preguntas toman gran importancia en las discusiones con mis colegas profesores actualmente. De repente, como dice Zizek, el coronavirus es un golpe a lo Kill Bill al capitalismo, pero yo iría mas allá y diría que a todo y, en este caso, a la enseñanza musical (y por allí derecho, a la educación misma). Es el “five finger death punch” si ésta no cambia, redefine sus paradigmas y empieza a darle valor a otras cosas.
Ahora sueno fatalista. Pero no. Si bien ha sido difícil adaptarse, ha habido cosas muy positivas.
Ahora los estudiantes se ven forzados a trabajar asincrónicamente en sus procesos de aprendizaje, y eso los lleva a hacer reflexiones constantes sobre los mismos y dejar de lado la inmediatez de lo que hacen: pueden ver su progreso. Es posible que entiendan que el tiempo ayuda a cocinar las habilidades musicales, depurarlas en pro de un dominio técnico que los lleve a ser mejores intérpretes de eso que escuchan en su cabeza.
El no-desplazamiento los ha llevado a estar más dedicados en sus procesos. El grabarse para poder manejarlos asincrónicamente los ha hecho ser mas dedicados con el sonido, los ha llevado a ser mas curiosos con el software musical (DAWs, editores de partituras, plataformas de Streaming, aplicaciones , etc), incluso se hacen preguntas relevantes por los procesos creativos, y eso, a veces, en ciertos ámbitos musicales, no es una pregunta recurrente.
Es decir, hay cosas buenas. Pero yo creo que si las aceptamos, si las escuchamos con oídos de lo que sucede ahora.
Si vuelvo a la analogía que nos plantea Zizek, ese golpe es un totazo a esos parámetros estrictos de cómo deben sonar las cosas. Parámetros por los que hoy en día ya no nos podemos regir, sobre todo en la academia si queremos evaluar un proceso, el cual ya no puede ser demostrado bajo los parámetros de antes.
Sé que me estoy centrando en este lugar de lo académico y la enseñanza musical, pero aparte del tocar y hacer música, es donde me he sentido mas vulnerable en estos momentos. Sobre todo, a la hora de cerrar procesos donde inevitablemente uno evalúa lo sucedido. ¿Qué se debe evaluar ahora? Si me preguntan a mí: nada. Cambiaría la manera y el cómo, definitivamente. Creo que se debe dialogar, escuchar al otro (en este caso, al estudiante), ver su punto de vista como ser creador, y estar allí para recorrer un camino que propenda hacía la valoración de la voz individual en resonancia con el todo.
Por último, pienso: ¿cómo nos iremos a escuchar? Ahora mismo, la única voz real resonando que he escuchado en las últimas 3 semanas es la de mi compañero de apartamento. Las demás han estado filtradas por lo que digitalmente sucede cuando el grano de la voz transita por Internet. A veces, se escucha con glitch digital y siempre se oye filtrado por el micrófono del dispositivo o computador.
Entonces, me doy cuenta que la resonancia de toda la música que oigo (telemática, live sessions, stream o ensayos) está enmarcada en un medio virtual. Al parecer, las ondas sonoras ya no son ondas de propagación en un medio físico análogo como lo conocíamos, sino que ahora hacen parte de un flujo de bytes. Diminutas partículas digitales que son el espíritu de quien las emana, que van a través de un cable, directo al tímpano y que resuenan profundamente en el corazón de quien las escucha.
Siento que estamos en un momento de escucha cuántica, donde, con nostalgia, escuchamos el pasado en relación a un presente que toca vivirlo con incertidumbre del futuro. Y, que a la vez, la manera como nos estamos escuchando, es con certeza parte de ese futuro.
Imagino que todo esto pasará, pero nada será igual. Yo, por lo menos, escucharé los conciertos en vivo como un auténtico lujo, la voz de mis amigues con una efervescente cerveza, celebraré cada ensayo como un encuentro único e irrepetible, y amaré aún mas la irremediable y bella cacofonía de Bogotá.
*Santiago Botero es músico y profesor colombiano. Sus diferentes proyectos son El Ombligo, Mula, Pérez y Los Toscos, colectivo con distintas estéticas e invitados: Tony Malaby, Peter Brötzmann, Carmelo Torres y Ava Rocha.