El guitarrista Alejandro Otaola es de los músicos más representativos dentro de la música creativa en México. Su sonido podría definirse, tal vez, como free-rock o rock experimental. Ha participado en una gran cantidad de proyectos a partir de su entrada al grupo de rock Santa Sabina en 1994, entre los que destacan: Fractales (cd y dvd); las musicalizaciones en vivo de El hombre de la cámara (Dziga Vertov, 1929) y Berlín–Sinfonía de una gran ciudad (Walther Ruttmann, 1927); la creación del disco/app iNFiNiTO, junto a Iraida Noriega; el dueto con el también guitarrista, Todd Clouser; y el disco binaural de electrónica Astrolab-iO, junto al artista sonoro, Javier Lara.
– ¿Alex, cómo has vivido el confinamiento? ¿Qué consecuencias te ha traído?
En realidad mi aislamiento comenzó a finales de enero ya que fui sometido a una operación en la columna. A lo largo de febrero me fueron quitando los puntos y comencé a realizar una serie cada vez más extensa de ejercicios de rehabilitación. Aunque no estaba incapacitado, había algunos movimientos que tenía restringidos, los cuales eventualmente pude hacer de nuevo. Al salir del hospital tenía la consigna del reposo, pero además había que terminar la música de la película Selva trágica de Yulene Olaizola (que estaba planteada se realizara exclusivamente con sintetizadores) por lo que tomé la decisión de irme a vivir al estudio donde tengo mi equipo e instrumentos, compongo, doy clases, etc.
Una vez terminado el score vi conectados todos los juguetes y decidí, a modo de terapia, seguir haciendo música nueva. De algún modo, siento que los días que invierto en crear un track es tiempo que la pandemia no me robó y, además, me permite enfocarme en resolver problemas creativos en lugar de caer en la psicosis que podría generar una situación como la que estamos viviendo.
En su autobiografía, Bill Bruford menciona que un músico -primero- debe continuar, o soportar, ya que emplea el verbo ‘endure’, a través de la frustración del fracaso, pero que después debe perseverar a través del (quimérico) éxito. Si un músico tiene pareja o familia es muy probable que un aumento de responsabilidades profesionales sea proporcional a sus ausencias en lo cotidiano, por lo que, tarde o temprano, esto impactará en su entorno afectivo. Lo que estamos viviendo es una oportunidad para resignificar estos factores y lograr equilibrar qué tanto de nuestra vida se nutre de música y qué tanto de nuestra música se nutre de vida.
– ¿Qué papel consideras que tiene la música en esta crisis?
Es curioso que las profesiones que generan los señalamientos de ‘te vas a morir de hambre’ (usualmente asociados a actividades que implican creatividad) son las que en estos momentos están ayudando mejor a las personas a canalizar la angustia del aislamiento. En alguno de sus escritos, Robert Fripp, sugiere que la música acciona o se enfoca en tres aspectos distintos del ser humano: corazón, cerebro o cuerpo. Y aclara que es difícil que se incida en más de dos áreas de modo simultáneo… sospecho que no conoce al grupo cubano Síntesis.
Mi interpretación de esto es que: hay música que te hace sentir, otra que te hace viajar y otra que te mueve el culo. Desgraciadamente, nuestros culos se mueven mejor cuando hay otros traseros a su alrededor con los cuales sincronizarse, por lo que este tipo de música es -quizás- la que vaya a tardar más tiempo en recuperar su antigua manera colectiva de vivirse, esto nos deja con las otras dos opciones.
Creo, entonces, que la música que en estos momentos nos ayude a canalizar, sublimar o exorcizar nuestros sentimientos, junto con la que ayude a nuestras mentes a salir de sus rutinas/patrones usuales, son las que mejor nos ayudarán a resistir esta crisis. Una de las sensaciones que estoy seguro los músicos más disfrutamos al tocar es, que cuando la música comienza, el tiempo corre con una velocidad distinta. Del mismo modo, durante la pandemia, el tiempo se ha vuelto elástico, ergo: una pandemia sin música sería un (soporífero) error.
– ¿Cuáles consideras que son los principales problemáticas que enfrentará la comunidad de músicos independientes en este situación inédita en el mundo? ¿Cómo resolverlas? ¿Cómo abordarlas?
Supongo que hay incógnitas que todos compartimos: ¿Cuándo volverá a haber eventos musicales si no hay certeza de que se puede asistir sin arriesgarse a un contagio? ¿Se dará una situación distópica en la cual habrá que tener un certificado de salud que permita tener contacto con otros músicos y/o con el público? ¿La música tendrá que limitarse a foros diseñados a partir de la escala humana y le dirá adiós a los eventos masivos diseñados con escala empresarial?
En mi caso he tenido que dar clases vía Skype. Es lo hype, pero NO me gusta. Siento que si no tengo a la persona frente a mí para percibir con mis oídos cómo hace sonar el instrumento, o explicarle algo con la referencia visual del piano, estoy haciendo mi trabajo a medias. Y de la misma manera, si la persona no puede ver mi mano/muñeca/pulgar en el diapasón o escuchar en persona algo que le muestro, siento que se está erosionando parte de lo que quiero transmitir. Estar en un concierto impacta todos tus sentidos de manera simultánea. Si de por sí, escuchar un disco en vivo es una manera limitada de percibir todos los aspectos que conforman la experiencia de un evento musical (se pierde la vibra del espacio/foro, la energía del público, el contacto visual o telepático entre los músicos), siento que una clase vía Skype es parecida a ver un fragmento de un concierto grabado a través de un celular. Otro problema es que, actualmente, la única manera de interactuar con otros músicos es a distancia, lo cual permite que se toque música que siga un guión o haya sido previamente compuesta, pero impide que suceda la música que se basa en la interacción, fricción o generación espontánea colectiva.
Y quizás, hay que agregar la situación -cada vez más común- de que algún tipo de dispositivo portátil está mediando entre los distintos factores de una ecuación musical, tanto del lado del transmisor como del receptor. Con el tiempo he desarrollado la teoría de que el verdadero instrumento de un buen músico no es una guitarra, un piano, un aliento, una percusión, etc., sino la combinación de su oído + su imaginación. Si el aislamiento hace que nuestra conexión auditiva con el entorno se encuentre encapsulada, creo que en estos momentos la imaginación creativa es donde hay que enfocarse y buscar reinventarnos.
– La música es un agente que históricamente fortalece vínculos e identidad comunitaria y cuyo espacio natural es el espacio público donde se lleva a cabo la escucha colectiva. Al cancelarse ese espacio por el confinamiento, desde tu perspectiva ¿qué implicaciones tiene para la comunidad en su conjunto?
Si analizamos la evolución de los sonidos percibimos que la escala pentatónica, las triadas, el círculo de quintas, etc., son cosas que el ser humano no inventó, sino que se las topó. Entonces, podríamos percibir a la música como la voluntad creativa del ser humano intentando canalizar los elementos de la naturaleza, o sea, se podría argumentar que la música contiene poderes mágicos.
La vinculación con la música sucede a nivel colectivo, pero también individual: en cada generación hay personas que descubren a los Beatles y su vida se transforma, ese fue mi caso a los 7 años y de todos modos tenía claro que no los podría escuchar en persona. En cambio, cuando escuchas en vivo algo que te atrapa, se generan los dos procesos de manera simultánea: quieres oír la música que esa persona o grupo ha grabado y también quieres volver a verl@ en concierto cuando se pueda. Los distintos estilos musicales fomentan una identidad, estilo de vida o personalidad específica en el escucha (hiphop, música de banda, reggae, heavy metal, etc) que al compartirse con más personas en un evento musical fortalece la sensación de pertenecer a una tribu, pero en estos momentos solo podemos experimentar la música de manera individual lejos de esa colectividad o siendo parte de una tribu virtual.
El problema actual es que los grandes capitales se han aprovechado de las redes sociales para convertirlas en un circo romano donde principalmente se fomenta la confrontación. Y esta polarización (o Inquisición política, de género, de clase, de tribus), aniquila la posibilidad de que las redes sean un medio colectivo para dialogar o difundir empatía. Todo busca el corto-plazo o un tipo de breve superioridad informativa. La consecuencia de esta hipnosis colectiva es que las propuestas interesantes o las ideas inteligentes se han vuelto las agujas en el pajar y cada vez son más difíciles de encontrar. En medio de la negatividad de este caldo de cultivo pareciera que la música se distancia de su capacidad de transformación, pero quizás se esté dando el proceso inverso, y esto está por convertirla en algo aún más vital.
– ¿Qué papel juega la tecnología en el confinamiento? ¿Se reduce a hacer streaming? No es momento de repensar la tecnología como un elemento estético en el trabajo artístico para generar una experiencia y vínculo con el escucha acorde a la situación y el medio, y no solo como herramienta de difusión “en vivo”? Me parece que tu proyecto iNFINITO es pertinente en estos momentos.
Es un arma de doble filo. Hay sobreoferta de estímulos, lo que termina generando una especie de anestesia en forma de cyber-entretenimiento. Si uno no se desconecta conscientemente de ese tsunami de información para concentrarse en el libro que se está leyendo, el tema que estás estudiando, el poema que estás escribiendo, el cuadro que estás pintando, el cómic que estás dibujando, etc., vas a vivir muchas cosas como una suma de fragmentos inconexos, porque nuestra psique se está programando para creer que siempre debe haber algo allá afuera que podría ser más gratificante que lo que en este instante estás haciendo.
Cuando entro a redes sociales a buscar noticias o enterarme si sucedió algo importante, la mayoría de las veces termino deprimido y con la impresión de que se vive una estasis digital. Desde mi trinchera he optado por compartir contenidos audiovisuales realizados a partir de momentos que he capturado/alterado/editado con el teléfono en distintos viajes de los últimos años. Siento que es una manera de emplear la tecnología que tengo al alcance para liberar mi música del espacio confinado donde la trabajo.
En 2013, lancé junto a Iraida Noriega el disco/app iNFiNiTO, que fue la culminación de tres años de tocar juntos. El modus operandi del proyecto se basaba en que las canciones/ideas solo existirían en forma de boceto, como la semilla que uno llevaría a un ensayo para ver qué detona. De este modo, cada vez que se interpretaban en público se podían reestructurar, expandir o reinterpretar, como si fuera la primera vez que se tocaban. A su vez, estas canciones eran conectadas en vivo con pequeños paisajes sonoros improvisados. El problema era ¿cómo editar un disco con estas canciones sin que proyectáramos que las versiones grabadas eran la lectura definitiva del material, cuando el material no desea tener una versión definitiva? ¿Cómo replicar que al tocar con Iraida nunca sucede lo mismo dos veces y eso es más interesante que delimitar una idea musical? Entre canciones e improvisaciones grabamos 21 tracks (65 mins de música en total) que, a su vez, fueron quirúrgicamente fragmentados en 53 pedazos para que en la app, programada por Caldera Estudio, se pudieran reacomodar en cualquier orden posible. Un poco como 53 palabras en imanes de refrigerador que permiten jugar a formar distintas frases. El hecho de que cada vez que la app comience al azar desde un lugar distinto cuando se se activa (digamos, no hay ‘casilla uno’), hace que el disco nunca sea el mismo dos veces. Esta solución a un dilema creativo logró que el escucha se vuelva parte activa del proceso musical -pese a que no se encuentre escuchándonos en persona-, y a modo de espejo, hace que el receptor de la música también improvise con ella e incida en el resultado final.
Una situación como la actual es un momento interesante para imaginar, a través de la tecnología, nuevas maneras en las que el público pueda ‘ser parte de la música’ pese a que no creo que haya algo que compita con lo mágico o conmovedor que es que tu cuerpo esté inmerso en un mar de ondas sonoras emitidas desde un escenario.
– ¿Qué opinas de la gran cantidad de contenidos gratis online que se están liberando tanto de grandes consorcios -como el Festival de Montreux- hasta los artistas independientes desde sus casas? ¿Qué pros y contras le ves a esto?
Es bueno en el sentido de que seguro habrá contenidos interesantes a los que quizás no hubiéramos podido acceder si no fuera por esta nueva realidad. Pero es probable que también se continúe alterando la manera en la que las personas se vinculan con la música, ya que se podría estar fomentando que los dispositivos móviles sean el reproductor de muchos de estos contenidos. Esto solo haría que siga avanzando el proceso que comenzó con los iPod’s, donde se priorizó la cantidad sobre la calidad o la inmediatez sobre el misterio del descubrimiento.
Si de por sí era extraño que YouTube se convirtiera en el principal reproductor musical, ahora hay que agregar a esto que continúa desapareciendo la sensación de orgullo, como la de los coleccionistas de antaño, de tener en tus manos música junto con el objeto físico que la transporta. Quizás nos estamos encaminando hacia un futuro en el que cada vez menos gente pague por escuchar contenido musical en alta calidad, porque solo los que perciben el poder de transformación que hay encapsulado en ese file digital, consideran al sonido como parte del oxígeno de la vida. Mientras que a muchas otras personas les baste con, a través de la red, poner play y rodearse de un nuevo papel tapiz sonoro.
Entiendo que no vivimos en lugares donde sea práctico acumular colecciones de discos, libros, películas, cuadros, etc. (y que económicamente cada vez es más difícil), pero lo que también se está modificando es el vínculo que en los espacios vitales mantienen las personas con el arte. Es similar a la relación que tenemos con el agua: como no tenemos que ir a un pozo por ella y sale de cualquier grifo, el único momento en el que nos damos cuenta de su verdadera importancia es cuando deja de estar ahí.
– ¿Cuáles consideras que sean las lecciones que habría que tomar de esta crisis?
Hay muchas cosas que se daban por hecho, las cuales en estos momentos deberían ser cuestionadas. Ojalá se redefina nuestra percepción de ‘globalidad’ y que en lugar de querer volvernos parte del ‘Wannabe-sta Global Social Club‘ le demos una mayor importancia a lo local. Debemos buscar que sean relevantes los lugares que le dan su justo valor/respeto al quehacer musical y a l@s trabajadores de la música. Debemos apoyar de manera consciente los espacios que abren sus puertas a propuestas más radicales y fomentan el desarrollo de la escena experimental o independiente, ya que, en estos circuitos, la música no está diseñada para gustarle a un chingo de personas, sino ofrecida para que a la persona que le guste, le guste un chingo.
Creo que también la manera en la que la música se encuentra ‘tasada’ tiene que cambiar. Es curioso cómo los likes en redes sociales se han vuelto la nueva moneda de cambio que le otorga valor a las actividades profesionales de muchos de nosotros. Esto conlleva a que haya que dedicarles tiempo y atención ya que, desde la trinchera de músico independiente, pareciera que son el único modo de hacerle promoción al changarro. Muchos de nosotros nos hemos dado cuenta de que la cantidad de likes en el anuncio de un show guarda poca relación con el número de personas que terminarán asistiendo al evento. Todd Clouser y yo nos preguntábamos cómo era posible la diferencia entre el número de personas que había likeado (sic) el post de una canción que recientemente editamos juntos, versus el número de personas que entró al link para escuchar/ver el video. Pero, pese a esto, seguimos atados a tener presencia en las redes sociales como si ahí radicara algún tipo de verdad, cuando desde su concepción son algo virtual. Por lo que en verdad espero que la manera en la que funcionan plataformas como Bandcamp se vuelva algo más normalizado y difundido.
El pasado es algo difícil de soltar ya que, en teoría, es lo que nos debe generar experiencia o sabiduría, pero nos encontramos en una coyuntura particular, ya que nunca habíamos tenido una oportunidad como esta de reinventarnos como personas o como sociedad. No es por ser pesimista, pero si la vida sigue su curso natural, es probable que en los próximos 5 años dejen de estar entre nosotros genios como Wayne Shorter, Paul McCartney, Jimmy Page, Bob Dylan, Caetano Veloso, Patti Smith y podría seguir con una lista muy extensa, pero es deprimente pensar que habrá que afrontar la ausencia de much@s de l@s que crearon la música que nos forjó. Lo que no desaparecerá jamás son los hechizos que conjuraron combinando 12 notas y el silencio.
Un fenómeno muy curioso es el hecho de que súbitamente tenemos 365 días en los que ahora se celebra el ‘Día Internacional’ de algo, o cómo el Facebook de Frank Zappa ha llegado a anunciar que en la misma fecha cuatro discos celebran un aniversario distinto de haber salido al mercado. Y creo que es lo mismo que sucede cuando nuestras redes nos recuerdan (por tercera ocasión) que algo nos sucedió ese día ‘hace 4 años’: nos estamos sobre-efemerizando (sic). Desgraciadamente, la digitalización hace que haya demasiado pasado en nuestras vidas y a ratos pienso que no ver hacia atrás debería ser el nuevo punk. No se cuál sea la manera ideal de, en estos momentos, moverse hacia adelante. Quizás sea primero viendo de manera empática a nuestro alrededor. Pero lo que sí tengo claro, es que lo que menos hay que hacer es quedarse demasiado tiempo en el mismo lugar, por más cómodo que sea.
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“¿Sabes por qué dejé de tocar baladas?
Porque me encanta tocarlas”.
– Miles Davis