La Distritofónica, diez años de vanguardia bogotana

En 2004 vio la luz el colectivo que reúne a buena parte de la vanguardia bogotana actual. Alejandro Forero, su fundador, cuenta la historia previo al festival por su décimo aniversario.

Por Oscar Adad

Si no fuera por el aburrimiento y el malestar que le causaban la carrera de composición erudita en la Universidad Javeriana al compositor Alejandro Forero, seguramente no estaríamos charlando diez años después del colectivo La Distritofónica, colectivo bogotano que reúne en discos, proyectos de investigación y un festival a buena parte de las nuevas tendencias sonoras que suceden en la capital colombiana.

El tedio y la búsqueda de música contemporánea no tan encerrada en la academia –recuerda Forero- lo hicieron cambiar su rumbo universitario a la carrera de producción, en la que se encontró con todo tipo de herramientas tecnológicas para la grabación de discos. Al mismo tiempo, su amistad con el pianista Ricardo Gallo, que en aquellos años estudiaba en Estados Unidos y con quien se reunía a escuchar música en sus visitas a Bogotá, desembocó en el descubrimiento del colectivo neoyorkino Bang on a Can. La mecha estaba encendida.

“Me gustó mucho (Bang on a Can) y comencé a investigar sobre ellos: era un colectivo, tenían un sello, y me imaginaba que contaban con el apoyo del estado y muchas opciones, pero me di cuenta que eran sólo tres compositores que trabajaban con gente con los mismos intereses y, que a pesar de que vivían en primer mundo, tenían las mismas condiciones que nosotros; simplemente hacían diferentes proyectos y no se quedaban pensando que no tenían opciones y por eso ya no hacían nada”, cuenta Forero.

“Vi que esta música requiere de un esfuerzo extra, es decir, no podemos depender de lo que nos dé el gobierno y, obviamente, la industria privada o las disqueras se van a preocupar poco, entonces, toca hacerlo con lo que tenemos. Bang on a Can fue un modelo tanto estético como de funcionamiento porque empecé a pensar cómo podría funcionar algo así en Bogotá. Lo que sí tuve claro desde el inicio –agrega- fue el hacerlo con músicos que tuvieran una perspectiva muy específica: que quisieran hacer música nueva y que lideraran proyectos”.

La Distritofónica contaba, hasta 2014, con 37 discos editados donde pueden escucharse los intereses por la música nueva y sonidos difícilmente encasillables, pero lo que llama la atención es que varios de sus artistas combinan las músicas tradicionales colombianas con músicas actuales. De hecho, el primer disco del colectivo: La Revuelta (2004), del ensamble Asdrúbal, es una especie de declaración de principios: una conspiración maquiavélica entre las músicas tradicionales, el free jazz y el punk rock.

Pero este encuentro entre diferentes músicas tiene un contexto histórico que lo ha hecho posible. De acuerdo al texto La “Esquizofonia” bogotana y las nuevas músicas colombianas, escrito por el músico y productor Iván Benavides, el asesinato del caudillo popular Jorge Eliécer Gaitán, ocurrido el 9 de abril de 1948, inauguró una larga época conocida como La Violencia, que trajo consigo el éxodo masivo de gente de todas las regiones del país lo que hizo florecer una ciudad multicultural. Asimismo, y gracias a la industria cultural, empezaron a llegar los sonidos del tango, el son y la música ranchera y, posteriormente, los del jazz, el rock y la electrónica.

Por otro lado, poco antes del nacimiento de La Distritofónica, la ciudad ya contaba con un pequeño grupo de músicos y ensambles interesados en las músicas experimentales y en el diálogo de la música tradicional con los nuevos sonidos a nivel global. El Ensamble polifónico vallenato (posteriormente Sexteto la constelación de Colombia) y Curupira son dos de las agrupaciones pioneras en esta búsqueda, cada una con una visión muy personal. Músicos como Eblis Álvarez, Urián Sarmiento, Santiago Botero, Jorge Sepúlveda, Juan Sebastián Monsalve, Pacho Dávila, Pedro Ojeda, Mange Valencia, Javier Morales, Mario Galeano, entre otros, ya empezaban a sonar y compartir inquietudes en favor de músicas más arriesgadas. Para 2012, y no en vano, Bogotá fue incluida como parte de la Red UNESCO de ciudades creativas de la música.

“El encuentro entre estos tipos de músicas (tradicionales y vanguardistas) -recuerda Forero– ya estaba que explotaba por varias razones: por búsquedas personales y prácticas. Dentro del mercado, salir a tocar jazz, es complicado porque sabemos que un gringo de 15 años toca mejor que uno. En la música clásica pasa lo mismo. Entonces uno dice: quiero moverme en el ámbito de la música, pero ¿qué voy a aportar? Y las músicas tradicionales son una alternativa. Muchos en algún momento quisimos ser jazzistas o músicos clásicos, pero la vida nos va llevando a mirar qué lenguajes también nos sirven de una manera pragmática para aportar algo al universo de la música”.

Pero a pesar de estar cerca de las músicas tradicionales, los miembros de La Distritofónica tienen una visión crítica en torno a su acercamiento a ellas. “Nos aburre eso de dárselas de tropical –afirma Alejandro-. Sabemos que esas músicas nos sirven para encontrar nuevas estéticas, pero también somos conscientes del engaño que hay detrás. De tratar de ser algo que no somos. Hay otra gente que investiga y quiere respetar las raíces; nosotros estamos de alguna manera alejados de ellos pero conviviendo en el mismo espacio. Sin embargo, ese respeto nosotros no lo aplicamos, no nos interesa mucho”, afirma.

La Distritofónica funciona con base en la libertad total. Cada miembro hace la música que quiere sin restricción alguna. Quizá por ello es un colectivo cerrado, de pocos músicos. No les gusta tener que juzgar la música de otros porque el colectivo no nació con ese espíritu. Alguna vez intentaron abrirse pero no fue buena experiencia. “En una época nos cuestionamos qué hacer si alguien quería entrar al colectivo –recuerda-. Quedamos en que nos tenía que gustar a todos la música, pero eso nunca sucedió. Entonces, para mí, fue un poco difícil porque propuse dos cosas que no pasaron y el tener que ir a decirles a los músicos que su trabajo ‘no pasó’, era precisamente lo que no quería con La Distritofónica. Por eso es cerrado, porque si abrimos la posibilidad, entonces nos toca hacer un juicio de las músicas que quieren pertenecer al colectivo, y eso no va con nosotros”.

Asimismo, las metas y objetivos son algo alejado del colectivo. Forero sonríe de manera singular cuando hablamos del tema. “Siempre que nos planteábamos metas nos iba muy mal. Entonces, empezó una reflexión por mi parte de que la meta era más sencilla, y era mantenernos haciendo estas músicas; porque, muchas veces, cuando uno hace estos colectivos se olvida de eso, precisamente por metas económicas o de gestión. Pensamos que es mejor mirar qué se puede hacer y, cuando se pueda, hacerlo de la mejor manera posible, como grabar un disco o hacer un festival. Al final, el colectivo es una actitud de estar con amigos haciendo proyectos. Entonces es más el deseo de querer estar haciendo este tipo de música o crear un entorno que nos permita hacerlas sin aburrirnos, más que metas económicas o muy capitalistas”, finaliza.

La Distritofónica es: Alejandro Forero, Ricardo Gallo, Eblis Álvarez, Mange Valencia, Juan David Castaño, Jorge Sepúlveda y Javier Morales.

Más información en https://www.ladistritofonica.com/

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